Del Evangelio según Lucas
En aquel tiempo llegaron algunos anunciándole que Pilato había matado a unos galileos, mezclando su san-gre con la de las víctimas que ofrecían en sacrificio. Jesús les dijo: «’Pensáis que esos galileos eran los más pecadores de todos los gali-leos porque sufrieron eso? Os digo que no; y, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
‘Creéis que aquellos diecio-cho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató eran los únicos culpables entre todos los vecinos de Jerusalén? Os digo que no. Todos pereceréis igualmen-te si no os arrepentís».
Les contó esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña; fue a buscar higos en ella, y no los encontró. Dijo al vi-ñador: Hace ya tres años que vengo a buscar higos en ella y no los encuentro. Córtala. ‘Por qué va a ocu-par un terreno inútilmente? El viñador dijo: Señor, déjala también este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiér-col, a ver si da higos; si no los da, la cortas».
‘(MI) VIDA ES BELLA?
Las preguntas más equivocadas que se pueden hacer a Dios comienzan todas con el por qué. ‘Por qué sufren los inocentes? ‘Por qué mueren los niños, los jóvenes y los obreros en el trabajo? También los contemporáneos de Jesús le preguntaron el porqué de la muerte de aquellos pobres cristos asesinados por los soldados de Pilato, o de aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé. Un hebreo, cuando se hace este tipo de preguntas, no pone en discusión la existencia de Dios, que para él es una clara certeza, sino la moralidad de los difuntos: si han muerto así habrán tenido ciertamente un pecado oculto que expiar. Jesús elimina la relación entre desgracia y pecado: quien padece prue-bas dolorosísimas en la vida, no por eso puede decirse que haya sido castigado por Dios. Pues entonces, ‘por qué se muere así? El Maestro no responde al porqué y replantea la cuestión trasladándola sobre el cómo. Lo importante no es cuánto tiempo se vive o en qué circunstancia se muere; lo importante es saber que si no me convierto puedo seguir viviendo, pero mi vida sabrá a muerte, a vacio. Si no amo estoy ya muerto, aunque viva cien años. Dios no valora la calidad de nuestra existencia con el calendario en la mano, sino con el metro de los frutos del Espíritu: donde hay paz, gozo, benevolencia, afabilidad, la vida es bella y vale la pena vivirla. De otro modo, entre morir en un accidente a los treinta años y morir a los noventa, mientras se duerme plácidamente, no hay diferencia. Si no tengo caridad seré estéril como una higuera llena de hojas pero sin fruto, tanto si tengo treinta años como si tengo cien. Jesús inaugura un modo totalmente nuevo de valorar la existencia. Y yo, ‘cómo la valoro? ‘Qué sentido doy a mis cumpleaños? ‘Cuándo puedo decir: mi vida es bella? La ver-dadera pregunta es: ‘de cuánto tiempo dispongo todavía para convertirme a la caridad, al perdón y a la benevolencia?
No pidamos a Dios que añada años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Y vida en el Espíritu.