Un día, durante el Intercapítulo del 2003, con gran sorpresa escuchè hablar del “Proyecto misionero”.
¡Vaya, entonces somos misioneras también en este sentido!
Narrar mi vocación: a primera vista me pareció una cosa muy simple, pero el problema se presentó inmediatamente cuando me senté frente al teclado de la computadora… ¡No fue tan fácil!
La primera dificultad que encontré fue el constatar que el llamado vocacional no me vino sólo una vez, cuando entré en la congregación, de hecho, aquel día fue el comienzo de un camino que fue enriqueciéndose con los años y que se convirtió en un continuo renovar mi respuesta al Señor. Respuesta dada a veces con alegría, otras con dolor y a veces entre certeza y duda, entre fidelidad e infidelidad.
La segunda dificultad, al escribir estas líneas, fue la de elegir el momento de mi vocación para compartir con ustedes. ‘Cómo narrar el momento de mi inserción entre las Hijas de San Pablo en México? ¡Fue un momento muy “ordinario”! Es decir, nada de extraordinario para una joven que frecuentaba la escuela de las Hermanas Hijas de la Caridad, excepto que era muy joven, diecisiete años recién cumplidos. Entonces decidí narrarles mi “segundo” llamado, al que estoy tratando de responder cada día: la misión.
Una de las cosas que me gustó de las Hijas de San Pablo, cuando yo estaba buscando una congregación donde entrar, era que se presentaron como una congregación misionera. Debo admitir que quedé un poco decepcionada cuando al entrar en convento, descubrí que no era la misión que me había imaginado: ir lejos, en África, en Asia, en los lugares donde aún no conocen el Evangelio… Poco a poco me di cuenta que el sentido de la misión es algo más y comencé a amarla profundamente, así como se me presentaba, en mi país de origen. A pesar de todo esto, la misión ad gentes quedó impresa en lo más profundo de mi corazón, aunque a lo largo de los años de mi formación trataba de “adormecerla”.
Un día, durante el Intercapítulo del 2003, celebrado en México, con gran sorpresa escuchè hablar del “Proyecto misionero”. ¡Vaya, entonces somos misioneras también en este sentido! pensé. Y este mi deseo de ir “lejos” se despertó nuevamente con gran fuerza. Pero todavía era muy joven y estaba todavía en el período de formación inicial, como para ir a otra parte.
Así pasaron los años y llegó el momento de hacer la profesión perpetua. Durante el período de preparación, transcurrido en Roma, tuve la oportunidad de hablar una vez más con la superiora general de este deseo mío. Pero todo esto parecía ser solamente un sueño; así regresé a México para hacer la profesión perpetua.
Poco tiempo después recibí una verdadera sorpresa: la superiora general, sor M. Antonieta Bruscato, me preguntaba si quería ir en “misión”. No dudé en decir “sí” y pocos meses después estaba de nuevo en el avión, feliz y trepidante, pero también un poco perpleja porque de nuevo esta vez el sentido de la misión se me había presentado de forma diversa: yo soñaba con África, Asia, y en cambio mi destinación era Praga. ¡Nada menos que el corazón de Europa! ‘Se puede hacer “misión” en la cristiana Europa?
Una vez insertada en la nueva comunidad, me di cuenta de que tal vez había sido un poco ingenua al haber idealizado la misión. Soñar no me permitió ser realista y tuve dificultades al inicio: el cambio de idioma, de cultura, de comida, etc. Tuve que aprender en mi piel lo que significa ser misionera. Y tuve que decir otro sí, más consciente y sufrido, pero también lleno de muchas alegrías.
Aún hoy sigo pidiendo al Señor la gracia de la vocación, la gracia de vivir como verdadera paulina en el lugar de mi misión. Es la misión la que me ofrece la oportunidad de renovar mi “sí” al Señor, a la vocación paulina, al anuncio del Evangelio.