Mirar desde la ventana

Sr Teresita Conti

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Hablar de mí misma? Yo me cuento a mí misma, mis fantasías, utopías, deseos, compromisos, inseguridades, éxitos y derrotas … Pero, contar mis cosas a otros no es lo mismo.
Teresita Conti, fsp(1928-2014)

Pero, contar mis cosas a otros no es lo mismo. Aquí entra en juego mi imagen, mi privacidad, mis miedos, mis fragilidades y mis secretos como también la conciencia de que la obra de Dios en mí es verdadera. Realmente, no me gusta, pero lo intento…

En mi familia me encontré muy bien, aunque también como todos, puedo hacer algún reproche a mis padres. Fueron hijos de su tiempo y su primera preocupación era la de enseñarme cómo comportarme bien, a no hacerlos quedar mal, a estudiar para un mañana. Un poco menos me han ayudado a hacer crecer mi identidad. De todos modos estoy infinitamente agradecida porque me han querido, me han amado y me han hecho vivir una infancia y una adolescencia feliz.

Cuando empecé a sentir el deseo de ser “yo” misma, de querer decidir por mi cuenta, fue cuando sentí que empezaba a cambiar mi vida. En verdad, fue un capricho que ha favorecido que conociera a las Hijas de San

Pablo, y es a este punto que todo cambia. Un poco de lucha interior y después la decisión repentina. No escuché alguna voz especial, pero entré entre las Hijas de San Pablo con una opción personal; me aventuré así, como cuando se inicia un recorrido en una autopista, decidida y casi consciente de lo que hacía. Cuando se entra en una autopista no se encuentra a cada paso la posibilidad de volver atrás, así que seguí adelante sin temores y sin nostalgias, descubriendo en cambio una novedad de vida, caminos apasionantes y paisajes maravillosos. Mejor dicho, sí, una nostalgia he sentido: la renuncia a una familia propia, a tener unos hijos. Cada vez que sentía esta nostalgia, era motivo de ofrecimiento; quedaba siempre feliz y sigo siéndolo.

La primera parte del camino me llevó a Alba. Aire de convento, pero tanta alegría genuina, verdadera. A Roma llegué para el noviciado, pensando en quien sabe cuántos y cuáles sacrificios, cuanto tiempo de rodillas. Me quedé sorprendida por la normalidad y la simplicidad de la vida. Maestra Nazarena ha sido mi maestra de vida. Recuerdo de ella no tanto su enseñanza teórica, sino su acogida tierna y sincera, su esencialidad y su capacidad de comunicar también las cosas serias con hilaridad y sabiduría. Recurso inteligente para grabar mejor lo que debíamos aprender… En el noviciado, se acostumbraba ayudarnos mutuamente en el conocimiento de nosotras mismas, indicando las unas a las otras los defectos sobresalientes. Recuerdo dos defectos que me dijeron: “le gusta mirar por la ventana, y “no come pan si no es fresco”. No sé porque no recuerdo los otros y eran más o menos diez. De estos dos, que no tomé demasiado en serio, después de muchos años, ahora pienso que no eran “defectos”, sino algo que estimulaba en mí, ciertos valores. El primero me llevó a mirar siempre más allá de mi pequeño mundo, a abrirme a los demás, a querer descubrir realidades distintas, valores de vida nueva, a desear conocer siempre mejor el OTRO, a conocer a los demás, a conocerme a mí misma. M. Tecla, consintió a este deseo mío, claro sin saberlo, cuando me invitó a cruzar el océano enviándome a Colombia. El segundo me acompaña siempre como deseo vivo de lo “nuevo”, dinámico y fresco.

En Bogotá tuve mi primer encuentro con otra cultura. Llevaba en mi equipaje mi civilización, mi superioridad y algunos conocimientos teológicos. Deseaba ayudar a aquella gente pobre, considerada menos civilizada y martirizada por la guerrilla rural ya presente en el lejano 1955. Tenía en la maleta todas las respuestas listas. No pensé que podían cambiarme las preguntas. Con mucha delicadeza, como formadora, he tratado de comunicar, enseñar, proponer, exigir… Algo pegaba. En la mayoría de los casos eran cabezazos contra una pared. Después de aprender el idioma entendí algo más. Entendí que antes que todo era necesario tratar de conocer la historia del pueblo y las historias personales; era necesario tratar de entender su cultura, su manera de mirar la realidad, de considerar acontecimientos y personas… mi equipaje y mis conocimientos a los cuales estaba aferrada, no respondían adecuadamente. Además, comprendí que nada podía hacer sin el OTRO.

En esta búsqueda que duró años, no días, ni meses, algo en mí, estaba cambiando y me sentí yo misma, conquistada y comprometida. No ha sido fácil cambiar, renunciar a mis seguridades; algo se resistía dentro de mí y luchaba con el deseo de ser como una de ellas, como Jesús se ha hecho uno de nosotros. Me dejé hacer y descubrí valores y riquezas que podía asumir porque no quitaban nada a lo que yo era, sino me enriquecían con lo que yo no tenía.

Cuando pensé haber entendido algo, haber asumido una mentalidad menos atada a reglas y leyes que habían nacido conmigo, conservando los valores esenciales; cuando había aprendido a sentirme bien en esta nueva realidad, fui llamada a abrir y mirar por otra ventana. La Paz, Bolivia, me recibió con su paisaje de cuento, especialmente de noche, acostada en una cuenca entre montañas, a 3700 metros sobre el nivel del mar, bajo un cielo azul intenso sembrado de estrellas, con el nevado del Ilimani como escenario, con las mujeres vestidas con faldas de colores. Hacía tiempo que estaba en Latino América y me creía experta. Tuve que cambiar también esta idea. Encontré una comunidad apostólicamente muy metida en el mundo indígena, pero siempre muy “italiana” Aquí me alcanzó la brisa del Concilio Vaticano II, la Conferencia de Medellín. Tiempos lindos de renovación rumiada, profundizada y compartida con otros religiosos y religiosas, en la búsqueda de una expresión de la fe y de la misión siempre más verdadera y auténtica. Enriquecido mi equipaje con esta experiencia y deseosa de hacerla vida, he aquí que se abre otra ventana: Buenos Aires. Siempre Latino América, pero también otra realidad muy distinta a las anteriores…

En los primeros días de esta otra Latino América, encontrándome en reunión con algunas hermanas que me preguntaban cómo me sentía, sin pensarlo mucho dije que por tercera vez me encontraba desarraigada y desorientada, comprendía que antes tenía que mirar, observar, comprender y después podía sentirme bien y en condiciones de decir, colaborar, hacer algo. Rápido y claro fue un gesto de la hermana que estaba cerca de mí. Tomándome del brazo y agarrándome bien me dijo: “ Gracias! Esto queremos. No queremos que vengas a traernos algo. Queremos que nos conozcas para después poder dialogar y trabajar juntas”. Una vez más me sentí obligada a mirarme dentro, a confrontarme, a cambiar parámetros, a dejar morir algo para dar lugar a la “novedad” que se me ofrecía.

No terminan aquí mis ventanas. Bogotá me recibe nuevamente y vuelvo a caminar sobre pasos ya recorridos. Encuentro personas nuevas, personas ya conocidas, personas amigas pero distintas de cómo las había dejado. Yo tampoco era la misma, porque la historia me ha cambiado; y ellas no son las mismas porque el tiempo las ha ayudado a crecer. Nos contamos nuestras historias y nos descubrimos más humanas, maduras, dueñas de nuestras vidas, más solidarias y deseosas de caminar juntas.

Una ventana más, el regreso a Italia. Experiencia dolorosa y comprensible sólo a quien la ha vivido. No es rechazo a mi tierra, a mi gente; es el desgarre interior que duele. El corazón es frágil. No tengo nostalgias. Una vez más encontré quien me ha ayudado a crecer, quien me ha formado para el regreso, no sólo físico, a un lugar; se trataba del regreso a un ambiente, a una cultura que había dejado muchos años atrás y que hoy, no era lo mismo.

Y ahora estoy aquí. Tal vez pueda parecer que con tantos cambios y transformaciones ya no soy yo… Al contrario. Sigo siendo yo, feliz de esta vida. Es una utopía, pero si tuviera otra vida, quisiera partir de la experiencia de hoy para seguir creciendo. Quisiera una vida más auténtica, más verdadera, más libre… marcada por motivaciones maduras, atenta al camino de la humanidad, siempre llena de asombro por la apasionante fuerza creadora de Dios y siempre en búsqueda de “novedad de vida”. Siempre me acompaña ese deseo de pan fresco, de novedad y ese deseo de mirar más allá.

Ahora parafraseando A. Solzenicyn puedo decir: “miro atrás y me quedo llena de asombro mirando el camino recorrido desde el principio hasta ahora, y doy gracias a Dios, porque me ha dado la alegría de descubrirme siempre nueva, la alegría de crecer y de comunicar un reflejo de su luz”.

He sentido alegría, “contándome”. Posiblemente, para quien me lee, le resulte poco interesante; aquello que cuento puede parecer superficial. La historia verdadera, la historia de mi relación con Dios, de su obra en mí es “el secreto del Rey”.

Hoy me siento como un pollito que está terminando de picotear la cáscara para salir del huevo. No he terminado de nacer.

Teresita Conti, fsp