Juan Bautista, el hombre del paso, entre Antiguo y Nuevo Testamento, de la religión a la fe e invita a la acogida de aquel amor que ahora se ha hecho presencia, es decir, junto a, porque el amor, que es un don, solo se puede recibir. El amor no es para ser entendido, estudiado y aprendido. Es una presencia para acoger en la gratuidad, no se merece alardeando una afectuosa religiosidad, con los propios servicios, como creen los saduceos y los fariseos, piadosos religiosos del tiempo de Jesús y al fin y al cabo, de cada época. A estos, el Bautista rebate: «No crean que decir: “Tenemos a Abraham por padre”». Decirse cristianos no quiere decir aún nada, así como ser bautizado, participar en la Misa, recitar oraciones o recibir los sacramentos. El decirse «de Cristo» no significa todavía pertenecerle, no es un talismán contra las tempestades de la vida y ni siquiera una póliza de seguro para siniestros cotidianos. Ser cristiano, más bien, define «informa» la vida, un estilo de vida en vista del bien, de la bondad, del cuidado, del perdón y es esto lo que dice y testimonia la pertenencia al Dios de la vida: «Por sus frutos los reconocerán».
Por lo tanto se necesita dar fruto, más aún, buen fruto, dice el Bautista. El fruto es siempre consecuencia del ser. Cada fruto brota siempre de un árbol bien enraizado en el terreno del cual extrae todas las energías necesarias.
Por lo tanto la cuestión es acoger, entrar en contacto con la Vida, fuente interior que habita en nosotros, a fin de experimentar el ser transformados, hechos fecundos y capaces de dar buenos frutos.
Tomado del libro Ogni storia è storia sacra de Paolo Scquizzato, Paulinas 2019
¡Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos!
¡Todo hombre verá la salvación de Dios!