Roma, 30 de junio de 2020
Queridas hermanas y jóvenes en formación:
Me gusta comenzar esta carta con las palabras que el apóstol Pablo ha dirigido a los cristianos de Filipos:
Doy gracias a mi Dios cada vez que los recuerdo, siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en su colaboración en la difusión del Evangelio (Flp 1,3-5).
Cuánto Evangelio se ha sembrado en estos meses marcados por el lockdawn impuesto por la pandemia del Covid-19; cuánta creatividad al experimentar las posibilidades de producción, difusión, promoción, animación, formación ofrecidas por la comunicación digital…
Hoy podemos comprender mejor lo que Cristo reveló a Pablo: «Te basta mi gracia; pues la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad» (2Co 12,9). Y quizás, como Pablo, por gracia llegaremos a convertirnos a la debilidad, a no esconderla o escandalizarnos sino incluso, para gloriarnos en ella («Me gloriaré pues bien gustoso de mis debilidades»), para que en nosotras «el poder de Cristo» plante su tienda; para que, en nosotras, Él viva, ame, trabaje… siempre.
Como subrayó sabiamente el beato Alberione y el 11° Capítulo general volvió ha proponer, el “secreto de éxito” para un renovado impulso misionero está unido al «buscar antes que nada el reino de Dios y su justicia, con la certeza que, incluso en nuestra pobreza, Él no dejará de darnos mucho más de cuanto podemos esperar» (Documento Capitular, 3).
Este es también el augurio que, en nombre de las hermanas del gobierno general, ofrezco a todas las que en diferentes partes del mundo, han pronunciado o pronunciarán su sí generoso en la primera profesión o en la perpetua.
Con profundo afecto, en comunión de fe, amor y esperanza.
Hna. Anna Caiazza
superiora general