Cómo el uso compulsivo del smartphone ha cambiado nuestras vidas
A menudo somos atrapados por la ansiedad de inmortalizar un momento para luego vivirlo sucesivamente. El tiempo que vivimos parece siempre estar proyectado hacia el futuro o cambiado al pasado. Fotografiamos por el gusto de hacerlo, para compartir nuestra experiencia con los demás, para demostrar que “sí, yo también estuve allí”. ¡Pero, cuidado! El uso compulsivo del smartphone nos transforma de protagonistas activos en espectadores pasivos. Asi se corre el riesgo de no vivir el presente, disminuyendo, con ello, incluso lo que tenemos de precioso: nuestra vida.
Fotografiar y compartir
En la era de la hiper conexión digital “fotografiar y compartir” parece haberse convertido en una verdadera necesidad, una suerte de necesidad de afirmación existencial: “Comparto luego existo”. Ya no captamos más el momento presente, sino la reproducción digital, sin la cual nuestra vida ya no tiene significado. De modo que ahora fotografiamos el libro que estamos leyendo, el plato que estamos comiendo, el espectáculo al que estamos asistiendo: ¿pero esta costumbre no nos impide el vivir realmente los momentos que escogemos, disminuyendo también nuestra presencia?
Por supuesto, no hay nada de malo en querer inmortalizar un momento: un cielo particularmente hermoso, una vista impresionante, la sonrisa de una amiga que está cenando con nosotros. Sin embargo, esto no debería transformarse, en una “ansiedad de rendimiento” porque tengamos que demostrar alguna cosa a los que nos ven, en efecto, no debería hacernos olvidar el gozar esa experiencia.
Vivir el presente a partir de nuestros valores
Es importante saber qué es lo que motiva nuestros valores y nuestras opciones. Dar sentido a la vida quiere decir construirla según los valores edificantes y prioritarios como la fe, la familia, el amor, el altruismo. Solo teniendo un objetivo claro, que tenga sentido para nosotros, podemos realmente tomarnos el tiempo para saborear el camino que nos conduce hacia él. Detenernos para disfrutar el momento presente, nos ayudará a construir recuerdos felices de lo que sentimos. Esos “cálidos recuerdos” que, indelebles, se transforman en una fuente de consolación para el futuro.
El acto de inmortalizar a toda costa una experiencia no permite que logremos vivirla ni recordarla plenamente. Esto porque la memoria está hecha de acontecimientos, pero sobre todo de emociones. Si estas no son vividas en el momento, porque estamos ocupados en fotografiarlas, toda la poesía de ese momento se perderá.
Por lo tanto, antes de inmortalizar nuestro presente, tratemos de observarlo, de vivirlo, de hacerlo parte de nosotros, luego, eventualmente, fotografiarlo. Llénate de la belleza que estás viviendo, no limitándote a encuadrarlo con tu smartphone. Saborea la alegría que te da y aunque no tengas la imagen o el video perfecto para publicar en tiempo real en tu red social favorita, paciencia, permanecerá de todo modos grabada en tu memoria: de esta manera seran tus emociones las que creen los colores del recuerdo.
La posibilidad de inmortalizar cada segundo de nuestra vida es sin duda un extraordinario y maravilloso invento, pero como todo instrumento humano no debemos superar el límite más allá del cual corremos el riesgo de convertirnos en esclavos de la tecnología.
Asi es que tratemos de no vaciar de significado nuestras vivencias solo por una superficial ganas de aparecer: ¡vivamos más e inmortalicemos menos!
Umberto Macchi
it.aleteia.org