Los testimonios vocacionales que yo he leído o escuchado, son siempre dinámicos, estimulantes, cuentan una historia llena de expectativas, de deseos, de inquietudes, de luchas, ocultas o manifiestas. Estos testimonios son emocionantes y atraen la atención. Yo siento que mi historia es una historia simple, la de una persona que ha “nacido con la vocación”. La vida religiosa ya estaba en mi ADN.
Desde pequeña, con más o menos 3 años, me entretenía hojeando revistas, que en mi familia siempre eran revistas religiosas y cuando me encontraba ante alguna página con una foto de religiosa, me quedaba pegada y no seguía adelante. Entonces me preguntaban: ¿Qué te gusta de esta página? Yo apuntaba con el dedo meñique la foto de una religiosa y decía: “Yo quiero esto”. No sé si eran los hábitos que me impresionaban, solamente sé que esas fotografías me atraían y de alguna manera, esas fueron para mí un signo. La idea de ser religiosa, dentro de mí estaba muy clara, yo estaba segura que esta sería mi vida; no pensaba otra, nada me atraía así tan fuertemente. Pero me faltaba identificar la Congregación y sobre este tema tenía algún problema.
- El hecho de alejarme de mi familia, para siempre, para mí era algo inconcebible, mientras que el testimonio de las religiosas que conocía era precisamente este: se debe dejar la familia.
- Para trabajar en hospitales, no tenía ninguna inclinación y la mayoría de las religiosas de mi región desarrollaban este apostolado.
- Mi deseo era enseñar las cosas de Dios, hablar de Jesús, pero las religiosas que conocía no tenían esta misión específica.
- Además, era una fanática lectora, apasionada por los libros y las religiosas me hablaban de escuelas, de preparación, pero no me hablaban explícitamente de libros.
¿Qué hacer? Apenas tenía 10 años, pero la prisa me apremiaba y quería decidir lo más pronto .También podía renunciar a cualquier cosa, pero querer enseñar las cosas de Dios y ayudar a las personas, era definitivamente lo que más deseaba Dios, que era quien gestionaba mis “fijaciones”, permitió llegar a mi casa la Congregación precisa. Yo no la busqué, a mí la Congregación fue a buscarme.
Un día, sin previo aviso, sin esperarles, vinieron a visitarme dos primas, Ester y Tarcila, a quienes ni siquiera conocía y ellas me hablaron de las Hijas de San Pablo. Lo que me contaron era precisamente lo que yo sentía y deseaba. No era necesario pensar ni reflexionar mucho. Como dice un famoso proverbio: se encontraron la comida con las ganas de comer.
Cuando mis primas me refirieron que su misión era comunicar el mensaje de Jesús con los medios de comunicación social y que hacían libros, revistas, etc., fue mi máxima alegría. Porque yo también hacía libros de catequesis. En efecto, mi mamá era catequista, pero no todos los niños tenían el librito de catecismo. Entonces, se me había ocurrido una idea: ¿Por qué yo misma no hacer los libros? En ese momento no sabía todavía qué eran los derechos de autor.
En mi casa había una máquina de escribir Royal y el problema lo podía solucionar yo misma. Esta fue mi primera experiencia de editora; transcurría mis tardes haciendo copias del Pequeño catecismo de la doctrina cristiana, para dar a los niños.
El encuentro con Ester y Tarcila mi hicieron descubrir que, justamente por esto podía hacerme religiosa. Realmente ¿podía ir a un Instituto que tenía máquinas para hacer libros? ¿Hablar de Jesús en programas de radio? Era mi mayor alegría.
Todo esto sucedió, durante los años 50, cuando tenía solo 10 años y solamente se podía entrar en Congregación, después de haber cumplido los 12 años. Mi mamá estaba feliz, pero mi papá no estaba muy de acuerdo. Sin embargo, luego de algún tiempo, se dejó convencer y dejarme ir porque todos le decían: «Esta vuelve luego de una semana».
En ese momento no sabía qué me esperaba en la vida religiosa. De hecho, los primeros meses fueron terribles, lloraba todos los días de nostalgia y recuerdo haber escrito varias cartas a mis padres, pidiéndoles que me fueran a buscar. Ellos respondían, pero yo estaba sorprendida, porque nunca hablaban de venir a buscarme. Luego de 6 meses, cuando vinieron a verme, me dijeron que jamás habían recibido mi petición de regresar a casa. Muchos años después – cuando yo estaba involucrada en la formación – me enteré que las maestras leían las cartas de las aspirantes antes de despacharlas y conociendo las reacciones de los primeros meses, por el bien de la joven vocación, hacían algunas inteligentes correcciones.
Y gracias a esta astucia de mis maestras, mi vocación se ha salvado. Como experiencia personal, puedo decir que la vocación es un don que crece y madura, día tras día. Tiene momentos o períodos luminosos, cuando Dios nos sorprende con sus sorpresas de amor, también hay períodos más oscuros, cuando Él juega al escondite; para hacernos crecer aún más, en una profunda y muy personal relación con Él. Estoy convencida que la vocación paulina es maravillosa y tiene todas las componentes para una realización humana y espiritual.
Si yo tuviera que volver a comenzar de cero, repetiría exactamente el mismo camino, solamente haciendo algunas correcciones al primer borrador. En todos estos años, además de todas las alegrías, realizaciones, conquistas, desafíos y maravillosas aventuras apostólicas, también he tenido crisis, dificultades, momentos malos, pero nunca he dudado de mi vocación. Los que predecían que permanecería solamente una semana en el convento, perdieron la apuesta.
¡Quizás he decepcionado a muchos, excepto a Dios a mi mamá!
Natalia Maccari, fsp