Navidad es caminar en la noche pero envueltos en luz, una luz que no viene de la santidad de la perfección sino de la profunda humanidad de los pastores. Están fuera de los esquemas del poder, viven fuera de las luces de Jerusalén, son animales nocturnos, muchas veces cazados por los errores o por la culpa, pero basta que una noche, desde lo alto, alguien los mire con mirada luminosa y empiezan a caminar en la noche “envueltos en Luz” y van, un paso tras otro, torpes, toscos, hermosos porque son reales, huelen a vida, tienen los dientes gastados y los ojos cansados, los pies endurecidos por las piedras de la vida, pero caminan y eso basta.
Navidad es que vengan y vean una señal. Encontrarán a un niño envuelto en pañales, è es el signo de la vida que si se cuida, si se envuelve, se envuelve en ternura que resiste. Está en un pesebre, es decir, justo donde estos pastores llevan a los animales a comer. Navidad es descubrir que la vida nace aquí, ahora, donde intento vivir, donde intento pasar la noche, donde intento alimentar mi supervivencia.
La Navidad es la vida que me elige. Y esto me da paz. Una paz profunda. No me equivoco, Señor, no soy pecador, no soy indigno, no soy sucio, no soy incapaz, o tal vez sí, pero no me importa, porque a ti no te importa. Navidad es que yo quiero ser tu pesebre.