Yo soy el Esperado, tú me estás esperando, estás esperando que yo, finalmente, decida nacer. Sólo sucederá al final, ya sabes, el aliento de la muerte será el verdadero primer grito definitivo, pero mientras tanto espérame. El Adviento es mi más sincero agradecimiento por tu infinita paciencia.
Creía que tenía que esperar tu nacimiento. Así me explicaron siempre el Adviento. Esperar el nacimiento de Jesús. Preparando el corazón. Como si no fuera suficiente la espera ordinaria, ese Vacío que me lleva a buscar continuamente guiñapos de vida prometedora, ese Vacío que duele, ese Vacío que hace de toda la vida una espera, ese Vacío que nunca me deja tranquilo.
Cada año encendía las luces, buscaba palabras, imágenes, caminos, y entonces multiplicaba, estúpidamente multiplicaba las propuestas, qué idiotez, quien espera debe vaciarse, debe sentir la lentitud del tiempo que pasa demasiado lento: y en cambio todo era llenarse, una loca carrera hacia la Navidad. La Navidad que sí, que estaba esperando, para por fin poder empezar a respirar de nuevo.
No me había dado cuenta de que el Adviento es Espera, pero que no somos nosotros los que esperamos, eres Tú el que esperas. Tu nacimiento, ese, ya ha tenido lugar, es el nuestro el que aún está en proceso. Y Tú nos esperas, acompañando nuestros renacimientos cotidianos.