Del Evangelio según Lucas
Unos ocho días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a la montaña para orar. Mientras oraba cambió el aspecto de su rostro y su vestidura se volvió de un blanco resplandeciente.
En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías, que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él. Cuando estos se retiraban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Pedro no sabía lo que decía. Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió; y se asustaron al entrar en la nube. De la nube salió una voz que decía: «Este es mi hijo elegido; escúchenlo».
Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron nada a nadie de lo que habían visto.
QUITEMOS EL POLVO AL MIEDO
Ante la Transfiguración del Señor los tres discípulos que subieron al Tabor se asustaron. Es el temor que siente quien se acerca a lo divino y hace esta experiencia. Es un temor saludable que debemos acoger. Dios no dice a Pedro, a Santiago y a Juan no teman, como había hecho con los profetas, con María, con el mismo Pedro el día de la pesca milagrosa. Los llamados en aquella situación sienten un miedo que proviene de su corazón; tienen temor de no lograrlo, de no poder, de ser aplastados por el peso de su indignidad o del límite.
Pero en el Tabor el temor viene de la percepción de la Gloria, y por tanto, es un temor bendito. Bendito porque ayuda a poner de lado la falsa familiaridad que pensamos tener con Dios; bendito porque, como cada temor, nos hace aguzar los oídos. Cuando nos encontramos en un lugar oscuro e inseguro sentimos temor e instintivamente aguzamos el oído para no ser sorprendidos por el enemigo. El temor del Tabor hace aguzar los oídos. Justamente para poder escuchar atentamente la Palabra del Padre: Este es mi Hijo, escúchenlo. Quitemos el polvo al miedo, no como un bloqueo o como una coartada , sino como una emoción que nos solicita a tomar en serio la Palabra. Dios es misericordia, pero no juega con nosotros. No somos su pasatiempo. Somos elegidos y consagrados para subir al monte a gozar de su Gloria para después reflejarla como en un espejo (diría Pablo). Tenemos miedo de perder tantas cosas inútiles. Deberíamos tener miedo de perder lo esencial. Acerquémonos a la Gloria con el sacrosanto temor de no saber escuchar bien lo que el Maestro quiere decirnos. Hagamos la visita cotidiana con menos ostentación y mayor temor de Dios. Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda el don del temor. El del Tabor, y sólo ese.