Quizás de pequeño un poco como todos, como el niño en situación de calle de La luna e i falò de Cesare Pavese, escritor y poeta italiano, terminamos cerrando los ojos para intentar si, al reabrirlos, la colina haya desaparecido, dejando un atisbo de un país mejor.
Al deseo de «ir más lejos», la cultura digital ha dado una contribución decisiva. El individuo ha de verdad “sobre pasado la colina”, ha encontrado la América, un mundo seductor de imágenes, noticias y comentarios, que permite transferir a la plaza pública también los momentos más personales. La emoción de la velocidad, tanto en el automóvil como en la vida, presenta grandes riesgos. Se puede llegar a pensar que todos los contenidos son iguales, que entre representación y realidad quizás no existe distinción, que las propias creencias cuentan más que los hechos y que, en cualquier caso, podemos escapar de todo lo que es disonante.
En este contexto, se refuerzan fácilmente prejuicios y estereotipos, sospechas y aislamientos.
Resulta también difícil reconocer las fake new, las informaciones infundadas, «basadas en datos inexistentes o distorsionados», y sin embargo tan plausibles y eficaces en su capacidad de tomarlas y sostenerlas.
Razón tienen aquellos que enfatizan que el fenómeno no es nuevo. En realidad, lo que lo hace tan preocupante hoy es el número de contactos que alcanza de manera oportuna y poco confiable. Si las redes sociales no pueden ser consideradas la causa principal de las fake news, like y compartir, facilitan la propagación, de acuerdo con un dinamismo que de los contenidos premia más la visibilidad que su propia veracidad.
En este sentido, en su Mensaje para la 52ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa Francisco denuncia «lógica de la serpiente», que llega a ofuscar «la interioridad de la persona» y a robarle «la libertad del corazón». Incluso una argumentación impecable, «si se utiliza para herir a otro y desacreditarlo a los ojos de los demás, por más que parezca justa, no está habitada por la verdad».
En este punto, ¿de qué sirve?
«Había regresado, había hecho fortuna, pero las caras, las voces y las manos que tenían que tocarme y reconocerme, no estaban más – reconoce el protagonista de la novela de Pavese al retonar de América –.lo que quedaba era como una plaza un día después de la feria…».
No es que este resultado sea inevitable. Más bien, Francisco y con él todo el magisterio eclesial, es portador de una mirada de confianza en la capacidad del hombre para “contar su propia experiencia y describir el mundo, de construir así la memoria y la comprensión de los acontecimientos».
Se trata de «redescubrir el valor de la profesión», donde el periodista es «el custodio de las noticias», en cuyo centro «no está la velocidad en darla y el impacto sobre el público, sino las personas». Un «periodismo de paz», atento a comprenderse al servicio de cuantos «no tienen voz» y ponerse «buscar las causas reales de los conflictos».
Por otra parte, visto que, además de usuarios, todos nos hemos convertido en productores – el Papa subraya “la responsabilidad de cada uno en la comunicación de la verdad”; responsabilidad que pide educarse y educar al discernimiento, a la verificación y a la profundización.
Por lo demás, en su relación con la realidad, la verdad sigue siendo una exigencia incontenible, que no se resuelve en una «realidad conceptual» ni menos en el «sacar a la luz cosas oscuras». La verdad es «aquello sobre lo que uno se puede apoyar para no caer», explica Francisco, quien agrega: «El hombre, por tanto, descubre y redescubre la verdad cuando la experimenta en sí mismo como fidelidad y fiabilidad de quien lo ama». Pavese diría: «Un pueblo significa no estar solos, saber que en las personas, en las plantas y en la tierra hay algo tuyo, que incluso cuando no estás todavía está ahí esperándote».
En el último análisis, enfatiza una vez más el Mensaje, «el único verdaderamente fiable y digno de confianza, sobre el que se puede contar, es decir, “verdadero, es el Dios vivo». La experiencia de la comunidad eclesial reconoce el rostro en Jesúcristo, verdad última y plena del hombre.
Este fundamento es el que nos está en el corazón, también en la comunicación. Por esto es que vuelve. Por esto es que – como el protagonista de La luna e i falò – no deja de buscar: «He girado bastante el mundo para saber que todas las carnes son buenas y se equivalen, pero es por esto que uno se cansa y busca de poner raíces, de hacerse tierra y pueblo, para que su carne valga y dure más que un cambio común de estación».