Queridas hermanas y jóvenes en formación:
En esta primera “Navidad” de nuestro gobierno, contemplamos y adoramos con ustedes el misterio del nacimiento de Jesús: «Y el Verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros» (Jn 1,14).
Navidad es la historia de un Dios que ha puesto su gloria en un niño, que se esconde en la “carne” de la humanidad, su morada hasta el fin de los tiempos. « Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez» (Admirabile signum, 3); nos reconcilia con nuestra fragilidad haciendo que nuestros límites, aceptados, se transformen en “lugar” de amor, de comunión y de misericordia mutua; nos pide que tomemos cuidado de Él, inclinándonos sobre los pequeños y los excluidos, dando honor a quienes están emarginados.
Adorando el misterio de la encarnación, permanecemos ante la “cátedra” del pesebre, como nos invita nuestro Fundador, para aprender la lección del amor:
Entrar espiritualmente en la gruta de Belén, allí donde Jesús da las primeras lecciones, lección de extrema pobreza, lección de amor: ¿quién es, qué es lo que ha atraído al Hijo de Dios sobre la tierra a vestirse de humana carne y habitar con los hombres? El amor…
Y, «atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre» (AS 1), levantémonos y pongámonos en camino, buscando – en todo y ante todo – «la gloria de Dios y la paz de los hombres», porque todo el resto se nos dará por añadidura.
Feliz Navidad, hermanas queridas y gracias por el don que todas ustedes son para nosotras.
Hagan llegar nuestros augurios a los colaboradores laicos y a los Cooperadores, a quienes va todo nuestro reconocimiento por la condivisión del servicio apostólico y por la dedición al anuncio del Evangelio en todo el mundo.
Con gran afecto de todas nosotras.