Tú eres mi Hijo, el amado
Lc 3, 15-16.21-22
Juan me dice: « ¿Quieres saber qué rostro y qué corazón tiene tu Dios? Entonces escucha la palabra de Jesús y contempla sus acciones en tu favor».
Pero ¿cómo Jesús habla de Dios? Poniéndose en la fila con los pecadores, haciéndose bautizar con ellos, o descendiendo en el abismo del mal de cada uno, para estar al lado de cada hombre y conducirlo más allá del poder de la sombra. Jesús muestra un Dios que va al fondo con el hombre; un Dios que para encontrar también al último hombre y poder alentarlo, sube sobre una cruz reencontrando así al amado perdido, al malhechor.
Mi limitación se convierte así en posibilidad y condición para que el cielo de Dios se pueda literalmente derramar sobre mí, de manera de ser alcanzado por su misma vida que es Amor, el Espíritu Santo. Entonces comenzará para mí una verdadera y propia recreación, simbolizada aquí por la paloma, imagen de la que voló a la tierra después del diluvio original, signo de la paz restaurada para siempre. Y por último, mi pobreza será la ocasión para que la misericordia pueda pronunciar las palabras más hermosas que el Amor pueda decir a su amado. «Tú eres mi Hijo, el amado».
Tomado de las Homilías del sacerdote Paolo Scquizzato