Deja hacer
Mateo 3,13-17
No tenía necesidad, Jesús, pero decidió dejarse encontrar, en la orilla del Jordán, donde los pecados de la gente se vuelven terrones que se disuelven en agua corriente, donde se vence el miedo de mostrarse tal como se es: necesitados de reencontrar humanidad.
Y Jesús se pone en fila de los pecadores. Un Dios que viene a buscarnos en lo más frágil y oscuro, en la parte que nosotros tendemos a esconder. El Señor desciende, y entonces comprendo que yo no puedo tener más miedo de mi parte oscura, porque si lo busco, Él también está ahí.
Juan quería impedírselo. Se interpone el precursor.
Deja hacer. Por ahora, dice Jesús, pero Juan no entiende y quizás ninguno de nosotros nunca llegue a entender del todo cómo la cumbre del amor puede brotar en el abismo de lo humano.
¿Cómo entender a un Dios que, por amor puede descender hasta donde parece terminar todo rastro de humanidad? ¿Cómo puede un Dios descender bajar hasta el punto de dejarse golpear y matar por amor?
Todavía tenemos demasiado miedo Señor,
en cambio tu nos pides “dejarte hacer” lo que significa dejarnos amar.
Todavía tenemos demasiado miedo Señor, miedo de la fragilidad,
en cambio tu pides “dejarte hacer “lo que significa aprender a creer
que incluso en los rincones más oscuros de la historia tu tienes casa.
Tú, Señor, eres el Dios que desciendes donde más lejos estoy,
tú eres el Dios que habita mis miedos y mis pecados,
tú eres el Dios que se contamina con mis heridas, mis lepras y mis traiciones.
Y yo me asombro todavía de encontrarte allí.
Tierna perplejidad, ternura impactante.