«¡Te basta mi gracia! Mi poder se manifiesta plenamente en tu debilidad» (2Cor 12,9).
Me piden que escriba la historia de mi vocación en un momento en que justamente dejó de existir la protagonista “física” que, con mucha maestría y vivacidad, acompañó todo mi camino vocacional: Sor Maria Pia Marcazzan.
Cuando por primera vez pasé el umbral de la librería de Udine, ciudad situada en el límite entre Italia y Austria, quedé muy sorprendida por la sensación de serenidad y de paz que flotaba en el ambiente, más que ver a las hermanas “detrás de un mostrador”. Me movía casi extasiada en cada ángulo de la librería, pasé en reseña cada estante, tomé en mano casi todos los libros expuestos, sin darme cuenta del tiempo que pasaba. Hasta el fondo musical me agradaba, y todo me parecía tan perfecto de hacerme sentir inmediatamente a gusto, como en mi casa. Finalmente, satisfecha y asombrada al mismo tiempo, al sentirme tan serena, me di cuenta con íntima gratitud, que ninguna hermana había interrumpido aquel momento tan “saludable” para mí, un momento de amistad entre mí y la librería, que me llevaba lejos de la oscuridad te tenía dentro y restablecía en pocas horas una paz interior que no sentía desde hace mucho tiempo.
Sor Maria Pia comprendió que buscaba un interlocutor y encontró el modo de iniciar un diálogo de conocimiento. De aquel encuentro se instauró inmediatamente una sintonía tal que desató en mí todo impedimento, olvidé mi timidez y muy pronto la comunidad de las Hijas de San Pablo se convirtió en todos los aspectos, en mi segunda casa. Me gustaba mucho encontrarme con las hermanas, escuchar sus conversaciones, ayudarlas en las pequeñas cosas de casa; la confianza que todas tenían en mí me hacía sentir muy libre en aquel ambiente. Fulgurante fue para mí el encuentro con la vida y los escritos de Don Alberione, sentía que lo que leía me alimentaba y al mismo tiempo su figura me atraía mucho, lo elegí como “mi amigo especial”.
Paralelamente inicié a frecuentar también el grupo de los GEP (Jóvenes Evangelizadores Paulinos), fueron dos años muy intensos; comenzando por las siempre nuevas experiencias que hacía y que surgían de la creatividad inagotable de Sor Maria Pia: exposiciones de libros, campo-escuela, retiros, misiones bíblicas, fiestas-jóvenes, experiencias en librería… nunca había tenido hasta entonces la posibilidad de una confrontación tan directa y amigable con otros de mi misma edad y así, gracias a esta “vida de grupo” muy intensa, tantas inseguridades, barreras y temores se iban disolviendo, dejando espacio al descubrimiento de mí misma y de los valores, tales como la acogida, la confianza y el diálogo.
En la base de todo esto, tenía un siempre mayor conocimiento del Maestro: me sentía hija de un Padre, cuyo corazón sentía hacia mí, desde siempre, un amor infinito y fiel. Me gustaba encontrarme con él y gozaba mucho al poderlo ver y encontrarlo en la Eucaristía, en las vigilias nocturnas organizadas o en la silenciosa capilla de la comunidad. Frecuentando a las Paulinas, descubrí la belleza de la lectura de la Biblia, pero otro tanto bello era también hacer personalmente la experiencia y reconocer la voz de Dios que habla en la conciencia y revela las respuestas a los muchos interrogantes.
Pero todo esto, después del primer año, comenzaba a no bastarme más. Sentía que Dios me hablaba pero yo no entendía; esto me hacía experimentar alegría y sufrimiento al mismo tiempo. Alegría porque sentía ya viva su presencia y su amor hacia mí, y sufría porque, alcanzada una etapa, quería aún más. Todo se estaba haciendo relativo. Hasta los encuentros con el grupo GEP me dejaban insatisfecha. Sor Maria Pia muy probablemente lo comprendió mejor que yo. Me invitó a ayudarla en la librería a abrir los paquetes, a controlar las facturas, a preparar un encuentro; comenzó a hacerme escribir artículos para periódicos, a hacerse ayudar para el inventario… Recomenzaba a respirar y a reencontrar el buen humor. Mientras tanto, la Palabra de Dios entraba cada vez más en mi corazón y en mis pensamientos. «Busquen primero el reino de Dios y su justicia…» (Mt 6,33); «No se adapten a los criterios de este mundo, al contrario transfórmense, renueven su interior (Rom 12,2). Estos versículos pasaban por mi mente continuamente, todas las veces que interrogaba al Señor, que intentaba estudiar, que pensaba en mi futuro…
De allí, a pocos meses, tuve la ocasión, animada por Sor Maria Pia, de “ayudar”, decía ella, a una radio que estaba naciendo y que buscaba personas que realizaran un programa de recensión de libros. Me puso a disposición la librería invitándome e elegir algún libro para presentarlo en la radio. Aquella experiencia fue, para mí, más que “iluminadora”, también la premisa de mi vocación paulina. Probar concretamente a leer los libros, a escribir las recensiones, a organizarlas para su transmisión en la radio, fue para mí, comprender las palabras de Don Alberione en su plenitud. «Oponer prensa a prensa, radio a radio…», «Hacer la caridad de la verdad», «Resanar…». Tomar conciencia que mi deseo era anunciar que sólo en Dios se puede encontrar la verdadera alegría, decir a la gente que él existe verdaderamente y que, si había logrado cambiar mi vida, seguramente, podía también las suyas. ¿Cómo comunicar esto, sino a través de los medios de comunicación que pueden mucho más de cuanto puede hacer mi voz? Comenzaba a envidiar todo lo de las Paulinas: su comunidad, su trabajo, su modo de rezar…
A partir de allí, después de algunas semanas, con el grupo fuimos a Vicenza para participar en la Fiesta-Joven organizada anualmente por la Familia Paulina. Aquel día entré en una confusión total. Pensamientos nuevos me surgían en la mente, tomaba conciencia que quería una vida diversa, que los estudios universitarios y la idea de una familia no me bastaban más. Yo sería feliz sólo haciendo lo que hacen las Paulinas, pero al mismo tiempo pensaba que con un carácter tanto más que expansivo, esto sería irrealizable. No me sentía ni siquiera en grado de hacer muchas cosas que en cambio las paulinas hacían…
¿Cuántas dificultades encontraría? ¿Sería capaz de corregirme, de eliminar tantos defectos? ¿Cómo estar segura que el mío, fuese verdaderamente un llamado a la vida religiosa? ¿Y si no en las Paulinas, dónde? Estos y otros miles de pensamientos se agolpaban en la mente. Hacia la tarde, en el saludo final, poco antes de subir al pulman para regresar a las diversas ciudades de proveniencia, hubo un último signo. La entrega “de parte de Dios” de un mensaje suyo para nosotras. Con sorpresa, me di cuenta de sentirme muy emocionada en la elección del mensaje. Ya en el pulman, iniciado el viaje, dado que mis amigos dormían, decidí leer el mensaje: «¡Te basta mi gracia! Mi poder se manifiesta plenamente en tu debilidad» (2Cor 12,9). Aquel mensaje se tradujo muy claramente en lo más íntimo de mí, asegurándome la presencia y la invitación del Señor a seguirlo. Me desaté en un largo y silencioso llanto de emoción por el amor infinito y el don que Dios me estaba haciendo.
Era el 21 de marzo y mi corazón vivía el florecimiento de una nueva vida con un sentimiento de amor, gratitud y felicidad indescriptible.