Roma, 26 de noviembre de 2013
Fiesta del Beato Santiago Alberione
A todas las hermanas
Queridas hermanas:
Me dirijo a ustedes para presentarles, también en nombre de las hermanas del nuevo gobierno general, los deseos más afectuosos para la fiesta de nuestro Fundador y el inicio del camino de Adviento, el próximo 1° de diciembre. El aniversario de la entrada en el cielo de Don Alberione, asume un significado particular en el tiempo de animación capitular y de preparación al centenario: Nos habla de gracia, de luz, de guía paterna y providente de Dios, de fe inquebrantable.
A los setenta años de edad, recordando la propia historia de salvación, Don Alberione relee la experiencia vocacional en la modalidad de la luz, una luz ora fulgurante, que desgarra las tinieblas (AD 15), ora tenue que guía a «un semiciego, que mientras camina, es iluminado de vez en cuando, para que pueda continuar avanzando» (AD 202). Es una luz que se aclara en contacto con la realidad, en la atención a la cultura, al desarrollo de los advenimientos considerados ante el Señor en el espíritu del discernimiento. Él descubre en su propia experiencia la mano paterna que siempre lo guía con dulce firmeza: «He sentido la mano de Dios; mano paterna y sabia, no obstante las innumerables insuficiencias. ¡Oh! Si pudiéramos considerar nuestros años pasados y ver cómo nos ha conducido la mano de Dios que está sobre nosotros…. Las casas surgieron y crecieron casi espontáneamente» (UPS I, 15.17).
El Fundador advierte su indignidad, pero con clara conciencia de ser instrumento del Espíritu, depositario de un don, investido de una tarea de transmisión. En la gran Reunión de Ariccia (1960), confía: «Siento ante Dios y ante los hombres, el peso de la misión que me ha encomendado el Señor. Quien de haber encontrado una persona más indigna e incapaz, la hubiera preferido. Pero esto es para mí y para todos, una garantía que el Señor lo ha querido y que ha sido Él quien lo ha hecho realizar. Así como un artista toma un pincel cualquiera, de poco precio y, ciego respecto a la obra que se va a realizar, tal vez un hermoso Jesucristo Divino Maestro» (UPS I, 375).
También nosotras, en cualquier edad o servicio apostólico, sanas o enfermas, somos depositarias de un don, investidas de una tarea de transmisión, de comunicación, somos pinceles en manos del Señor para cumplir un oficio sagrado, el de la predicación del Evangelio que, en el pensamiento del Fundador, se expresa en términos de luz y se realiza en hacer «la más sublime de la caridad», la caridad de la verdad.
El Adviento es el tiempo favorable para sentirnos recogidas en la palma de la mano de Dios, consoladas por Él y enviadas a consolar; para percibir que también sobre nuestro frágil brote, se posa el espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fortaleza; para acoger la invitación y hacer habitar en nosotras, a veces extraviadas en el corazón, la palabra de la fe: «Coraje, no temas. Confía en el Señor, siempre, porque el Señor es una roca eterna» (del profeta Isaías).
En Adviento, deseamos asumir las invitaciones de Papa Francisco, a dejarnos sorprender por Dios, dejarlo entrar en nuestra vida con la certeza que Él actúa, está siempre actuando y es nuestra fuerza.
En el Adviento, deseamos vivir en solidaridad con las personas más pobres y necesitadas. En este año, nuestra condivisión podría favorecer a las numerosas familias de las hermanas filipinas, que en el fuerte terremoto de la isla de Bohol, del pasado mes de octubre, y el terrible tifón, han perdido la casa y todos sus bienes.
El Señor nos conceda dejarnos inundar por aquella “cascada” de consolación y de ternura materna que en este tiempo litúrgico, es infundida también en nosotras para llevar a todos el amor que hace arder el corazón y despierta la esperanza. « ¡Comunica el fuego porque te mandé a llevar el fuego!»: estas palabras escritas por Alberione a Giaccardo, en el lejano 1933, siguen siendo para nosotras hoy, un programa de vida. Con gran afecto a todas.
Sor Anna Maria Parenzan
Superiora general