Alba, 15 de junio de 1915
Roma y mundo entero, 15 de junio de 2015
A todas las hermanas
«Nuestra historia, ¡una magnífica obra de Dios!»
(Beato Santiago Alberione)
15 de junio 1915-2015: «Este es el día que hizo el Señor. ¡Día de alegría y de regocijo!». Es el día de la gratitud y de la alabanza por la historia de salvación que el Señor ha hecho con nosotras, también el día de la solicitud de perdón: «la historia de las divinas misericordias» se ha entrelazado con nuestra historia, «historia humillante por la falta de correspondencia al exceso de la divina caridad» (AD 1). Esta historia, que miramos con renovado sentido de estupor y de asombro, nos hace percibir el poder y la dulzura de la mano del Señor que siempre ha estado sobre nosotras.
Escribía don Alberione con ocasión del quincuagésimo de la Congregación:
Presentar la historia de cincuenta años de las Hijas de San Pablo quiere decir narrar una magnífica obra de Dios… Ahora han llegado a todos los continentes… Sus palabras resuenan en todas partes: continúen elevando cada vez más su voz. ¡Enseñen!
Nuestra mirada se posa sobre el pasado para contemplar, con agradecimiento, la salvación que nos ha llegado, y sobre el futuro, para renovar la alianza, volver a acoger la pedagogía del Padre, una pedagogía que corre en los surcos seguros de la humildad y de la fe, sobre los cuales han caminado Maestra Tecla y nuestras primeras hermanas.
Las páginas de nuestra historia irradian el perfume y el sabor de las cosas verdaderas, vividas en la sencillez y en la alegría hasta el heroísmo. Realmente, el Señor elige a los pequeños y a los pobres para hacerlos instrumentos de salvación. Lo que ha germinado y lo que está por germinar es fruto de la misericordia de Dios: nuestra misma vida es fruto de esta misericordia.
Una hermana de la primera hora, sor Giovannina Boffa, que ha redactado las memorias del apostolado de la difusión (texto aún inédito), ha concluido su trabajo con estas palabras:
En los cambios de nuestra historia, no privada de defectos, lagunas, errores y hasta admirables, nosotras hemos visto actuar a la Providencia Divina, hemos experimentado su amor, su fidelidad y el esplendor de su misericordia; hemos reconocido los signos admirables de su elección preferencial por los pequeños, los pobres y las personas con muchos límites, pero plenamente confiadas en su poder y generosidad… La confianza de las Hijas de San Pablo de cada tiempo se funda sobre estas certezas.
«Eterna es su misericordia»
«Eterna es su misericordia»: repite el Papa Francesco en la Bula para el próximo Jubileo, otro gran regalo que viviremos en el año del centenario. «La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación» (Bulla 7). La misericordia hace de nuestra historia de Congregación, una historia de salvación.
Y el río de esta misericordia nos sana y nos renueva: sana y renueva nuestra fe, aún pobre y superficial; sana y renueva las comunidades, a menudo cansadas y fatigadas; sana y renueva la misión, llama hoy a proclamar, con ardor y entusiasmo, «el año de misericordia del Señor», «el anuncio de la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna» (Bulla 16).
Resuenan aún las preguntas del Fundador:
Cuántas veces se ponen el gran problema: ¿Hacia dónde camina, cómo camina, hacia qué meta camina esta humanidad que se renueva sobre la faz de la tierra? La humanidad es como un gran río que va a volcarse en la eternidad: ¿Se salvará?… ¡Qué gran responsabilidad si no hemos usado estos medios para hacer el bien a los hijos de Dios! (FSP-SdC 261).
A esta humanidad somos enviadas, en cualquier situación: en salud o enfermedad, en la juventud y en la ancianidad, en la plena vitalidad y en la disminución de nuestras fuerzas. Nuestra vocación nos llama a salir, a ser apóstoles de la Palabra, he aquí el Evangelio a través de una vida que se hace comunicación, amor y misericordia para todos. Una misericordia que se traduce sobre todo en hacer la caridad de la verdad, para despertar las conciencias adormecidas «vencer la ignorancia en la que viven millones de personas», para presentar la belleza y la atracción de ser cristianos; para narrar la alegría de un encuentro que ha trasformado nuestra vida.
Como nos invita el Papa Francisco, deberíamos decir «palabras que hacen arder los corazones» (EG 142) para «encender el fuego en el corazón del mundo» (EG 271).
Paulinas… ¡de Pablo!
Nuestra fisonomía en la Iglesia, está contenida en la invitación siempre repetida por el beato Alberione: «Sean Hijas de San Pablo…». «Sean dignas Hijas de San Pablo» (cf. FSP34 p. 87).
Hijas de San Pablo, para enraizarnos cada vez más en la identidad paulina, para «paulinizarnos» según la expresión original acuñada por el Fundador, para «poseer el alma, el corazón y la mente de San Pablo», para tener, como Pablo, un único tesoro, Cristo, y llevar a todos este tesoro.
En el mes de junio, dedicado a san Pablo, podemos volver a pensar nuestra vocación en todos sus detalles: desde la preparación a las dificultades superadas, a las gracias recibidas… Así podremos gustar la benevolencia infinita de Dios y percibir que nuestra vida está sumergida en una corriente de gracia: realmente, como el apóstol Pablo hemos sido “tomadas”, “conquistadas” “aferradas” por el amor, estamos «como marcadas a fuego por la misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar» (EG 273).
Abrámonos a la acción del Espíritu para que inicie en nosotras una nueva etapa, la de la fe y de una evangelización más fervorosa, gozosa, generosa, audaz y contagiosa (cfr. EG 261).
A la protección del apóstol Pablo confiamos a las 29 juniores que en Alba, en Corea y en otras circunscripciones emitirán los votos perpetuos, y las que se ofrecerán al Señor por primera vez, para que su camino de vida consagrada sea pleno de luz, de gracia y de experiencia profunda de la misericordia.
Augurios cordiales a todas, con mucho afecto.
sor Anna Maria Parenzan
Superiora general
¡Pablo vive! Multiplica los apóstoles del bien para que con la palabra y la pluma hagamos conocer a Jesús.
Que Jesús sea cantado por todos los pueblos como Camino, Verdad y Vida”.
(Beato Santiago Alberione, 1934)