El más grande castigo que se puede dar a una persona es: «No te hablo más»; en este caso el silencio sirve para excluir, para no involucrar al prójimo en nuestra vida. No es censura, ni, mucho menos, mutismo: es la profunda negación de la existencia, es el no percibir y que, ninguno en el bien y en el mal considera al otro como viviente o presente. «No te hablo más, es lo opuesto, la antítesis, lo antihumano de «Y el Verbo se hizo carne y vino a habitar» (Jn 1,1-18). «No te hablo más» es no dar Sentido al sentido de la existencia.
«Lo que Juan llama en griego logos” – traducido en latín “Verbum” y, en lengua corriente, “el Verbo” – significa también “el Sentido”. (…) El Sentido que se ha hecho carne no es simplemente una idea general innata en el mundo; es una Palabra dirigida a nosotros. El Logos nos conoce, nos llama y nos guía. No es una ley universal dentro de la cual nosotros le damos después algún rol, sino que es una Persona que se interesa de cada persona: es el Hijo del Dios vivo, que se ha hecho hombre en Belén» (Benedicto XVI, Audiencia general 17 de diciembre de 2008).
El Sentido es una Persona que se interesa de cada persona, es «la Buena Noticia, que el Evangelio que ha sido muchas veces “reeditado” en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios» (Papa Francisco, Mensaje para la 51ª Jornada mundial de las comunicaciones sociales) llega a ser uno de los “canales” para continuar esta obra de anuncio de la Palabra en las palabras de los hombres.
El Sentido en las periferias digitales
El que encuentra el Sentido no puede buscarlo en otra parte. Habita con identidad la nueva vida, en la cual no podrán estar más en la oscuridad ni en el anonimato en la oscuridad virtual en la comunicación. A menudo somos náufragos en un fetichismo de selfie y estériles comunicaciones al límite y más allá de la vulgaridad: se piense a la banalización de videos y fotos, twitter y pensamientos de hoy en el social, donde el copia y pega hace de patrón sin verificar la autenticidad de la fuente. Donde el particular natural se convierte en seductor y pornográfico y el Evangelio se mezcla con las apariciones virtuales de santos y mártires jamás existidos. Donde se llega a pensar en un Dios tecnológico y digital desgarrando y negando que la fe es un don, anunciado con la vida de los testigos resucitados, pasados de la muerte a la vida del Resucitado.
El Sentido que da sentido y contenido de vida a los que necesitan conversión
Conversión significa normalmente “cambiar vida”. En hebraico tiene una más profunda acepción, o sea cambiar dirección a los pies. Podremos decir, para el mundo digital, que conversión signifique “cambiar dirección a la navegación”, o sea tener en las manos el propio timón telemático y lograr orientarse en lo que parece no ser perceptible a los sentidos. Pero lo virtual tiene un impacto sobre la vida real. Siempre.
Cambiar dirección a las palabras que digitamos
Para hacer esto, debemos tener como centro a Jesucristo y debemos dar fuerza a las palabras, casi a impulsarlas, en los ángulos oscuros de una humanidad que está condicionada poderosamente por la desorientación del no sentido. Para dar sentido y carne a lo oscuro donde la palabra es capaz de detener el abismo de la dependencia que está en la globalización, ilusionado por las luces verdes encendidas en las chat del social donde nadie te dice: « ¡Chao! ¿Cómo estás?».
Las palabras engañosas y mentirosas permanecen en la web, pero como si permanecieran suspendidas en un espacio archivado en el cesto de la basura.
La Verdad nos hace libres y el Amor, que nunca es digital, puede dar sentido a una humanidad que no puede correr el riesgo de ser inducida a una guerra entre la identidad y la falsa y la verdadera humanidad y la verdadera humanidad de los hombres conscientes de sus propias fragilidades.