La Navidad nos habla de un Dios que elige el camino difícil. El de llamar al hombre a ser hombre. Esto es la Navidad. Una invitación a nacer de nuevo. Y en las manos: pañales. Porque sólo será renacer para cada uno de nosotros cuando sepamos asumir las heridas del hermano. Será Navidad cuando cada uno de nosotros sepa pasar de la violencia que hiere a la dulzura que cura. Los pañales de la gruta de Belén son para nosotros una invitación a la ternura, a la protección, a la custodia de todo brote de fragilidad, de todo intento de vida. Los pañales, para cerrar viejas heridas, para curar rencores.
Jesús no nació para resolver nuestros problemas, sino para mostrarnos el único camino posible para salir a la luz, para nacer o renacer a la vida buena: convertirnos en pan para nuestros hermanos.
Jesús siempre estará más allá de nuestras pretensiones de comprensión. Imposible de contener, invitación constante a viajar.
Invitación a salir, invitación al camino, invitación al riesgo. Nacerá una nueva humanidad, abandonaremos la oscuridad de la noche.
El nacimiento de Jesús da origen a la humanidad capaz de curar.
En su nacimiento la llamada a ser como María y José: hombres y mujeres
capaces de proximidad. De pañales, pan y viajes. De cuidado, de
ofrenda y de camino.