En general se piensa en los medias, sobre todo en las medias digitales y sociales, en la perspectiva del debilitamiento del vínculo. Como algunos años atrás, en un hermoso libro de André Caron y Letizia Caronia hacían notar, si salen dos a cenar y cada uno tiene su propio celular, de hecho es una cena de cuatro. Los dispositivos digitales son actores sociales: no son simples instrumentos, porque los instrumentos no nos alertan, no nos invitan a responder, no nos empujan a hacer cosas. Más aún. Estos dispositivos, pequeños y siempre conectados, nos permiten ocupar los tiempos muertos (pocos, para ser honestos) de la jornada y de repensar completamente nuestra experiencia temporal.
El tiempo de los medios digitales es un tiempo denso, un tiempo en que se empaquetan como tantas layers tiempos diversos, que pueden vivirse en el mismo momento. Es por esto que las medias digitales debilitan los vínculos: porque nos permiten vivir el tiempo del trabajo, mientras vivimos el tiempo del ocio y mientras vivimos el tiempo familiar o con la familia. Es lo que me pasa cuando estoy sentado en el living, con mi hijo al lado, mirando la televisión, mientras respondo el correo desde el computer que tengo sobre las rodillas. Pareciera que realmente se esté “juntos solos “, como sugiere el título del libro de Sherry Turkle. En virtud de la presencia de los dispositivos, uno se distrae, se aísla, se olvida del otro que sufre; por lo tanto, un proceso de verdadera expulsión o de una real expulsión. La erosión de los vínculos, la retirada a lo privado, la desconexión entendida como una pérdida de vista de las relaciones, por consiguiente, serían el precio a pagar por el desarrollo de una sociedad que pareciera prometernos exactamente lo contrario; es decir, estar siempre conectados por todas partes.
El cardenal Martini, en su carta Effatà, usaba una bella metáfora para expresar esta condición: la multitud de las soledades que «se tocan una a la otra pero no se hablan». Es la multitud que se reúne en torno a Jesús Mt 15,29-31: «Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y subiendo la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él llevando consigo a cojos, paralíticos, ciegos, sordos y muchos otros enfermos; los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista». Martini reporta en esta escena aquella a la cual él pudo asistir en su visita a Varanasi, donde tuvo la posibilidad de ver la misma multitud de personas sufrientes, amontonadas ante el baño sagrado en las aguas del Gange. Lo que sorprende al cardenal, en el episodio del Evangelio como en Varanasi, es el hecho que cada uno de estos desesperados, piensa sólo en sí mismo y en su propio mal y que ninguno habla con los que están a su lado.
En la imagen de la multitud de las soledades hay dos aspectos para considerar. El primero es el aislamiento, el bloqueo de la comunicación, el centrarse en su propio yo: son relieves que sirven para describir un cierto modo de estar en las redes sociales hoy, donde no cuenta el otro, sino la capacidad del individuo de hacerse apreciar y de estar al centro de la atención. Pero hay un segundo aspecto. Aquella multitud está formada por personas que quieren sanar, que buscan en algún modo el camino para salir de su propia situación. Como para decir, que a pesar de una forma errada buscan la vía para acceder a una comunicación auténtica.