Desarrollar virtudes en la sociedad digital

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

 

La virtud es un dispositivo personal que Foucault habría considerado en aquello que él llamó “tecnologías del yo”. El concepto de “dispositivo” va comprendido en el significado que le atribuía el gran filósofo francés. Un dispositivo no es un aparato, un artefacto, una herramienta, una machina electrónica. En el sentido que lo usamos aquí, es un dispositivo, un conjunto de técnicas, una estrategia, un sistema de elecciones. En el caso de la virtud, el objetivo de movilizar estas técnicas, de estas estrategias, es la gestión de sí mismo.

¿Por qué la virtud, como tecnología del yo, puede ser útil cuando se razona sobre los medios digitales, de su difusión social, de los comportamientos que ellas requieren? Se articula la respuesta. En primer lugar los medios digitales requieren del ejercicio de la virtud, es decir, exigen un esfuerzo de reflexión y un trabajo sobre nosotros mismos. No se nace con capacidad para interactuar con ellos; su uso no es natural. Extraordinario por la oportunidad que ellos nos garantizan – las podremos sintetizar hablando de su capacidad de aumentar nuestra experiencia del mundo y de los otros – los medios digitales también representan riesgos. Optimizar las oportunidades y limitar los riesgos es el espacio donde se ejerce la virtud.

En segundo lugar, la virtud es un dispositivo practicable, humano, laico (en el sentido de compartirlo más allá de una individual confesión, religión, o credo). Por cierto que después, en la cultura cristiana hay virtudes como la fe que la inscriben en otro horizonte, pero al menos las virtudes cardinales – las heredadas de la ética aristotélica – de algún modo son transversales: justicia, templanza, prudencia y fortaleza, son las mismas y pueden ser las mismas, para cualquiera. ¿Qué quiero decir? Quiero decir que sobre el hecho de distinguir tras espacio público y espacio privado y de aprender a no compartir en el espacio público, aquello que es mejor que permanezca en el privado, un laico y un creyente pueden estar seguramente de acuerdo. No sólo. La virtud no es un punto de llegada, un camino. No se es nunca justo del todo pero se aprende a través de actos de justicia a ser justo. La virtud no es un estado, es un movimiento, es algo que se puede lograr, siempre de nuevo, una y otra vez. Esto nos compromete a un constante trabajo sobre sí mismos, que no se puede decir jamás agotado, o cumplido. Ser virtuosos no se aprende de niños, es algo que también nos compromete siendo adultos.

Una última consideración que merece ser desarrollada. Llegar a ser virtuosos En temas digitales, significa trabajar en uno mismo. Hoy se diría que es un problema de autoeficacia. Esto significa, que el problema de los medios digitales no se resuelve mediante la regulación, con prohibiciones, o con dispositivos de filtración o protección, sino con la educación. Y la educación es crear las condiciones para que el sujeto pueda empoderarse (empowerment), o sea desarrollar la capacidad de controlarse, de manejarse, de defenderse por sí mismo.

En Grecia, ésta fue la función del Maestro, en la cultura cristiana la del director espiritual, en la época de los medios digitales este es el espacio del educador, del padre o del maestro. En una sociedad, impregnada digitalmente, es difícil encontrar comportamientos ciudadanos que no tengan nada que ver con ellos. Por lo tanto, es necesario crear las condiciones para que estos sean correctos.

Este es el espacio de la Media Education (educación critica a los medios) concebida como un desarrollo de la conciencia crítica y la responsabilidad de las personas. Se trata de un trabajo de estímulo y apoyo para el comportamiento virtuoso. Con el resultado de que la educación encuentra a la ciudadanía y reencuentra, el corazón de ella, la ética.

Pier Cesare RivoltellaProfesor universitario
de la Universidad Católica de Milán

Allegati