«La religión es el opio de los pueblos y la Iglesia, con sus prohibiciones y el espanto del infierno tiene como rehenes a poblaciones enteras. ¡Aprendan a usar la cabeza y no tiren el cerebro a la basura!». Todavía era adolescente cuando, entre los bancos de la escuela, escuché fascinada a mi profesor de literatura, ateo marxista convencido, que invitaba a no ser indiferente, a poner todo en discusión y tener el coraje de las propias ideas… Me gustaban sus lecciones pero al mismo tiempo me ponían en crisis: « ¿Padre, en qué quedamos? El universo fue creado por Dios o por el Big Bang» preguntaba después, con tono desafiante, al sacerdote responsable del Grupo Juvenil de la parroquia.
Así viví mis años de adolescente, entre dos fuegos. En la mañana escuchaba una explicación unidireccional de los eventos socio – políticos pero en la tarde quería conocer la visión cristiana. He tenido la suerte de madurar mi fe en los efervescentes años del post Concilio, comprometida en el grupo juvenil de la parroquia. Realizábamos muchas actividades sociales, recreativas, espirituales y caritativas que se concretizaban en los campamentos de verano; en los Recitales y en los Conciertos (con las míticas canciones de Gen Rosso), que ponían en escena los diversos teatros de la zona o de verano en las zonas turitísticas; en la recolección de ropa y fierros viejos con la organización Mani Tese; en los domingos a tocar en las casas de los ancianos indicados por Caritas; en las largas Marchas por la paz, en las Vigilias bajo las estrellas… Experiencias inolvidables, emociones fuertes, amistades sólidas y compromisos concretos.
La fe adherida a la vida. Ha nacido en esta cuna el deseo de no reservar solo una parte de mi jornada a esta realidad, sino de pensar una vida totalmente gastada por los demás, según el Evangelio de Jesús. Si lo que hacía por algunas horas al día me daba tanta alegría y me permitía estar bien conmigo y con los demás ¿Por qué no soñar vivir así toda mi vida? Sí, una vida a tiempo completo para Dios y los demás. ¿Pero dónde y cómo? Así, comienza con pocas ideas pero bien claras mi camino de búsqueda vocacional: nada de Institutos con escuelas, no me gustaba enseñar; nada de Institutos hospitalarios, no soportaba el olor de los hospitales. Amaba la vida, el mundo moderno con todas sus oportunidades de modo que me confié al sacerdote, quien conociéndome bien, me dijo: «Si quieres, te presento a las religiosas Paulinas, viven en comunidad, tienen un apostolado dinámico y anuncian el evangelio con los medios modernos de la comunicación…». En aquellos años, con otros tres amigos del grupo, realizábamos también transmisiones radiofónicas y la propuesta no me disgustó: «Sí, probemos, las quiero conocer de cerca… ¡pero tú se lo dices a mi familia!».
La mía no era la clásica familia cristiana-practicante y de hecho no se lo tomaron bien: «Solo tú te dejas engañar por los curas… ¿pero no puedes hacer aquí lo que quieres hacer en el convento? ¿Qué te falta? Aquí tienes todo y allá deberás pedir permiso…». De verdad, había vivido las experiencias tan fuertes y totalizantes que cualquier otra opción de vida me parecía confusa, sin color, mediocre y así es que partí. Solo después de la primera profesión mi familia aceptó mi decisión aunque dudo que la hayan entendido totalmente.
En Congregación no me conocían en absoluto, no soy el fruto de una actividad vocacional en el territorio, tampoco yo la conocía. He vivido mis primeros meses en la comunidad de Bolonia (en San Lazzaro de Savena) y luego regresé a casa para pensar y reflexionar mi decisión. Sí, habría entrado con las Hijas de San Pablo y habría comenzado el camino de formación porque había respirado un clima fraterno, la alegría y la serenidad de las hermanas, la variedad de las actividades apostólicas, y su manera de rezar. Después de tantos años puedo decir que no me he decepcionado.
Cultivo siempre en mi interior la búsqueda de la Verdad y la Belleza, me cuestionan las necesidades de mis contemporáneos y la necesidad de proclamar el Evangelio con sus mismos lenguajes. Sobre todo me convence la posibilidad de vivir en comunidad lo que “predico” a los demás. Cuando pienso como ha florecido la decisión de emprender este estilo de vida alternativo, me vienen ganas de reír. Lo debo a mi ateo profesor de Literatura, que nos repetía no ser conformistas y que cada elección tiene su precio… Nunca le dije que he querido tomarlo en serio y tal vez sería feliz. A él le preocupaba formar personas libres y responsables, que tuvieran el coraje de jugarse la vida por una causa importante y creo que lo logró.
Nadia Bonaldo, fsp