Ez 37,12-14; Sal.129; Rom 8,8-11; Jn 11,1-45
Un amigo en quien “creer”
¿Quién de nosotros, al menos una vez, no ha experimentado el desconcierto de los apóstoles durante la tormenta, en mar abierto, cuando el Señor parecía dormir y la barca sumergirse? Y ¿quién no ha gritado, temiendo por su propia vida?: « ¿No te importa que muramos?». Es el misterio del silencio de Dios ante las calamidades que pueden, cercanas o lejanas, asediar nuestras frágiles existencias de hombres y mujeres, llamados a surcar las rutas de la historia. Sin embargo – en este domingo, ya próximo a la Semana Santa se nos plantea un cuestionamiento todavía más grande ¿por qué no hace algo para evitar el sufrimiento, el sufrir y el morir, a los que ama? ¡Cuántas veces, con Marta y María, gritamos nuestra decepción por su «ausencia» en el momento oportuno! El silencio aparente, la lejanía y el inmovilismo del Maestro son el problema. ¿Qué clase de amigo es?
Sin embargo, Jesús es verdaderamente nuestro amigo. Porque no nos da lo que queremos, sino lo que necesitamos. Como un verdadero amigo, solidario con nosotros, no nos evita las dificultades de la vida sino que las comparte con nosotros. No elimina la muerte, sino que entra en ella a la par de cada hombre que sufre. Si el Evangelio de Juan se abre con los primeros dos discípulos que «van y ven» donde vive el Maestro para estar con él, el último signo del Maestro – antes de la pasión – es su venir y ver dónde se encuentra el hombre depuesto en polvo de muerte. En su llanto reconocemos el dolor del Creador. De su grito percibimos el anuncio del Hijo del Hombre, que destruirá para siempre el muro de separación entre Dios y los hombres: el pecado y la muerte. Cristo no nos priva del morir, sino que nos saca de la muerte con la “com-pasión” de aquel que comparte el drama de la muerte, transformándolo.
Cristo nos dirige hoy la invitación que hizo a María de Betania. Bienaventurados también nosotros si sabremos – después de haber sido probados en el crisol de la prueba – responder con la confianza en el Hijo de Dios, cual amigo fiel. Creyendo en él, no existirá la muerte de la cual no podrá resucitarnos… y, viviendo de él, no conoceremos pecado del cual no sabrá levantarnos. ¿Cuál otro amigo podremos querer?
Oración
Señor, ilumina nuestro corazón
de manera que, contemplando tu rostro
podamos ver nuestra vida
y la de los demás
más allá de cada situación
de oscuridad!