¡Estén atentos y despiertos,
porque no conocen
el día ni la hora!
No, no conocemos el tiempo, no conocemos su misterio, nos asusta. Por eso lo habitamos con dificultad, a menudo nos deslizamos con el pensamiento en el pasado, dejamos que nuestro pensamiento se pierda en lo que ha sido y se deja hechizar voluntariamente por una materia que ambiguamente se deja moldear a voluntad.
Ambiguo el pasado, como un canto de sirena, una trampa.
O nos trasladamos al futuro, vamos más allá del presente y vivimos proyectados en un más allá al que nunca llegamos.
Vigilar es ante todo despertar en el presente. Abrir los ojos y dejarse encontrar por el mundo tal y como es.
Vigilar es levantarse en el presente. Y reconocer los detalles, los olores y las sombras.
Vigilar es escuchar, tocar, saborear.
Vigilar es respirar hondo para dejar espacio a lo real, es dilatar el momento y descubrirlo habitado por el Infinito. Es aprender a reconocer el Misterio que nace continuamente en el instante, es aprender de la lógica de Belén donde el Infinito abre los ojos y pide cuidado.
Vigilar es dilatar el tiempo presente y hacerlo habitable. Cálido. Acogedor. Y estar en este tiempo y en este espacio, sosteniéndolos juntos. Nacer en él.
En este tiempo habitado el pasado
se transforma en memoria
y el futuro en esperanza.