No se dieron cuenta de nada… La vida es una práctica de atención. El drama es el de vivir inconscientemente: dejarse vivir, cifrar la propia existencia en la distracción. Al final el diluvio – la muerte biológica – tocará a todos y sumergirá a los que han vivido siempre como muertos. Porque la muerte no puede tocar a los vivos, sino que entierra a los muertos vivientes.
He aquí, por qué Jesús insiste sobre la necesidad de vigilar y de estar preparados. Lo que cuenta es estar despiertos, discernir el momento presente, con el fin de cumplir todas aquellas elecciones que nos permiten vivir en plenitud – y por lo tanto para siempre –, evitando así que el diluvio nos arrastre consigo.
El porvenir viene dado por la intensidad con la que vivimos el presente.
Ahora la pregunta fundamental es: ¿Cómo vivir el momento presente de tal manera de vencer también nuestro diluvio existencial? En otras palabras, ¿cómo vivir como resucitados en nuestra historia?
Este es el punto desarmante del Evangelio. La vida eterna, es decir, la vida en una forma tan elevada, capaz de vencer también a la muerte, no es una cuestión de cantidad, es decir, de añadir quizás qué cosas a lo cotidiano ya tan difícil, sino de calidad: vivir las cosas habituales – «comían y bebían, tomaban esposa y tomaban marido…» –, sino en manera consciente y en la forma del amor. Viviendo los pequeños gestos de cada día de manera no autorreferencial, sino que compartiendo, se va construyendo la propia vida como un arca capaz de atravesar también el diluvio y así llegar al puerto seguro. El amor eterniza cada pequeño gesto.
Tomado del libro Ogni storia è storia sacra de Paolo Scquizzato, Paulinas 2019
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.