Extracto de: Para una renovación espiritual [RSp], pp. 45-46
Por intercesión de san José, pidamos esta mañana, un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De fe: es decir, creer que el Señor ha establecido para nosotros una misión, con la ayuda y las gracias necesarias. ¡Fe que se demuestra en la vida práctica, haciendo como si todo dependiese de nosotros y confiando en Dios, como si todo dependiese de Él!
Fe que nosotros expresamos en el «pacto » o «secreto de éxito», que hace parte de nuestras oraciones. Estamos segurísimos de estas expresiones: la fe es la raíz de toda santificación; el espíritu de fe es el principio de la santidad. De la fe: la esperanza, la caridad y las virtudes religiosas. De la fe: los frutos del apostolado. Quien cree, verá a Dios, porque será salvado; quien cree, sabe que necesita correr al Tabernáculo, para tener la fuerza necesaria en el apostolado. Crean y verán cumplirse lo que fue anunciado.
Cuando falta la fe, falta la raíz y cuando a un árbol le falta la raíz, muere. El Señor nos escucha en la medida de la fe; y si uno tiene poca fe, es como aquel, que teniendo poco género, puede hacer sólo un pequeño vestido para una muñeca o para un bebé.
Nosotros debemos apoyarnos en la gracia de la vocación y del oficio. Cuando Dios da una vocación o una misión a un alma, también le da todas las gracias y ayudas necesarias para cumplir aquella misión.
Él jamás falla. Podemos fallar nosotras, con nuestra inconstancia y debilidad en la fe, pero Dios no: Él no falla jamás. Por cuanto se refiere a nosotras, en particular, tenemos también la prueba de los hechos: hemos llevado el Evangelio a más de 20 Naciones; y sin embargo, se ha comenzado de la nada, aun menos todavía; porque un hombre, además de ser nada, también puede ser pecador. Nosotras debemos perfeccionar las intenciones, las disposiciones, la confianza que se tuvo en el principio, cuando se comenzó esta misión, de la cual el Primer Maestro no podía o escapar bajo pena de condenación.
Fe en Dios, no en nosotras. Hacer un “pacto” con Dios. Así comienza el “pacto” que se hace frente a dos testigos: María Reina de los Apóstoles y S. Pablo (como se necesitan dos testigos cuando se hacen cosas de gran importancia): «Nosotros debemos llegar al grado de perfección y de gloria celeste a que nos has destinado y santamente ejercitar el apostolado de las Ediciones. Pero nos vemos débiles, etc.». Es decir, confesamos, sinceramente toda nuestra debilidad. Tantas veces atribuimos a nosotras, antes que a Dios, lo que hacemos; tantas veces pedimos que se nos reconozca, mientras que éste es sólo para Dios. Con el Señor hacemos un verdadero “pacto”, decimos lo que queremos dar nosotras: «Buscar en todo, sólo y siempre su gloria y el bien de las almas» (y la primera alma es la nuestra). Luego decimos lo que esperamos de Él: «Y contamos que por tu parte quieran darnos espíritu bueno, gracia, ciencia y medios de bien»: esto es lo que esperamos de Dios.
Y nuestra piedad no debe ser una piedad estéril, cumplida sólo para quedar libres de un deber que nos pesa: debe ser una piedad que nos haga sentir verdaderamente la necesidad de Dios; que nos haga llegar verdaderamente a una gran santidad.
Fe en el estudio: esto dará mucho fruto. A menudo se cambian las cosas: no apoyamos en nuestras dotes, en nuestras cualidades, en el espíritu del mundo y también en la educación. Se quiere agradar, condescender para hacerse amar por los demás… Pero hacemos como si apoyásemos un candelabro en el vacío «No dudamos de ti, pero tememos nuestra insuficiencia»: somos nosotras las que podemos fallar; Dios no falla.
Vivir según el espíritu del «secreto de éxito». Rezarlo cada mañana. Nosotras nos apoyamos en él: es una buena base, firme, sobre la cual se podrá construir. Y se tendrán obras vitales, porque en ellas está Cristo: no tendremos que vivir obras insuficientes, iniciativas estériles, ineficaces, sino obras eficaces; no cadáveres a llevar, sino personas ágiles que corren para llegar a la meta, para obtener el premio [cf. Flp 3,14].
Meditación de P. Alberione,
13 de febrero de 1952