Queridas hermanas y jóvenes en formación:
El camino de Adviento nos conduce una vez más a la gruta de Belén, allá donde toma carne y sangre el misterio que cada año contemplamos: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).
La Palabra eterna del Padre, «Aquel que los cielos no pueden contener» (san Agustín), viene a nosotros en el signo de la fragilidad, se nos entrega en la pobreza de nuestra condición humana.
Desde entonces, como escribe Christian Bobin, «nada del Altísimo puede ser conocido sino a través del Infinitamente Pequeño, a través de este Dios a la altura de un niño…». Desde entonces, para “ver” a Dios no debemos levantar los ojos al cielo sino bajarlos, porque el Señor ha bajado para tocar nuestra humanidad, revelándonos la “gloria”, el valor de nuestra existencia: para Él somos preciosos simplemente por el hecho de existir, simplemente porque somos hombres y mujeres.
Desde entonces, la “gloria de Dios” habita en la pequeñez y en la debilidad; su tienda está puesta en la fatigosa e inquieta tierra de nuestra historia, de nuestra cotidianidad.
Desde entonces, el sueño de Dios es que hagamos florecer esas semillas de humanidad, bondad, esperanza e infinito… ya presentes en nosotras.
Navidad es un llamado a cuidar la carne viva y frágil de cada ser humano, porque allí se encarna el Verbo; a inclinarnos sobre quien está a nuestros lado, donando cercanía, ternura, solidaridad, venciendo con amor cada desamor, división y desesperación.
Hermanas, en la noche de Navidad y en el Paso de este año herido por la pandemia, por violencia de todo tipo, por calamidades naturales… permanezcamos delante de la “cátedra” del Pesebre, como nos recuerda nuestro Fundador, para aprender la lección del amor y vivirla, en las relaciones comunitarias y en el ejercicio cotidiano del apostolado:
Del pesebre Jesús nos enseña la caridad y desde la paja Él nos dice: He aquí como se ama. Muchos dicen amar, pero no quieren ser incomodados: esto es amar de palabra… (FSP47, p. 393).
Feliz Navidad y sereno Año Nuevo, también a nombre de las hermanas del gobierno general. Que este saludo se haga extensivo a sus familias, a los colaboradores laicos, a los Cooperadores, a los amigos y bienhechores, a quienes va todo nuestro agradecimiento por su contribución al anuncio del Evangelio.
Con gran afecto, en comunión de alegría y de esperanza.
Hna. Anna Caiazza
superiora general