¡Me gustaría vivir así!

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Vengo de Eslovaquia, una nación en la que no está presente ninguna comunidad de toda la Familia Paulina. Los años de mi infancia transcurrieron a la sombra de la estrella roja de cinco puntas, símbolo del régimen comunista que, hasta 1989, dominaba Checoslovaquia, de la que formaba parte, la nación eslovena.

A pesar de la ideología atea omnipotente, mis padres siempre practicaron la fe católica, aunque esto significó renunciar a la carrera profesional sobre todo para mi madre. Ella era la que llevaba las riendas de la educación cristiana de mis dos hermanos mayores y la mía. Además del domingo, a menudo nos llevaba a misa incluso en días feriales. Debo admitir, sin embargo, que en mi infancia la invitación de mi mamá «Busquen primero el Reino de los cielos» no me suscitaba gran entusiasmo, aunque nunca tuve el valor de contradecirla.

Mientras frecuentaba la elemental y la media, mi familia mantuvo una estrecha amistad con una comunidad de religiosas. Bajo la mirada vigilante del régimen ellas habitaban en un antiguo castillo vecino a mi ciudad. Mi papá les ayudaba con los trabajos de manutención. Cuando íbamos a visitarlas me gustaba jugar en el gran jardín con mis dos hermanos. Un poco menos a gusto me dejaba involucrar en sus diálogos sobre Jesús, sobre la oración o sobre temas similares. Me parecía “cosa de mujeres” y me sentía atraída por la carretilla cargada de hierbas del jardín. ¡Ese sí que era un desafío atrayente, lograr empujarla con mis hermanos grandes! Pero, a pesar de mis preferencias más bien terrenales, percibía como de los rostros de aquellas mujeres traslucía una alegría inconfundible de la vida donada completamente a Dios. Y este sentir – al inicio muy vago – comenzó a anidarse siempre más en mi alma y poco a poco comenzaba a tomar forma el deseo: « ¡Me gustaría vivir así!».

En mi pequeña vida no había nada de heroico. Después de la caída del régimen el único problema real que debí que afrontar “heroicamente” era que, entre las chicas, no era para nada “cool”. Los intereses por las cosas de la fe y de la religión – ahora ya a menudo iba a la Iglesia incluso sin las exhortaciones de mi mamá – ciertamente no podían aumentar mi popularidad entre mis compañeras. En la escuela me iba bien y con una cierta intransigencia en las actitudes me gané un discreto respeto de todos, pero en realidad era bastante fuera de los esquemas.

Praga, Nuova libreriaEn los años noventa había un verdadero florecer de iniciativas religiosas y también las religiosas que conocía comenzaron a organizar campamentos escolares para niñas. Me acuerdo muy bien que participé en uno de ellos con la intención clarísima de conocer de cerca esa vida que, quizás un día en el futuro, podía ser también la mía … Pero, en vez de saborear la deseada atmosfera celestial de la vida consagrada a Dios, me hundí en un miedo casi asfixiante. Después de cuatro días terribles regresé a casa con gran alivio y con la decisión: « ¡No iré nunca más!». Pero, a pesar del trauma de ese campo escuela, la atracción inexplicable hacia la vida donada a Dios no se desvanece.

Durante los años del liceo he podido conocer a religiosas de diversas congregaciones y he participado en sus actividades para las jóvenes. En cada una de esas ocasiones volvía el sabor amargo de la primera experiencia: « ¡Yo aquí no podría vivir!». La inexplicable tensión entre una cierta atracción hacia la vida consagrada y la sensación de asfixiarme en los ambientes en que tal vida se vivía me duró hasta el último año de liceo. Me preparaba para los exámenes de bachillerato y eligiendo la universidad a la que debía inscribirme cuando en el semanario católico leí un artículo que presentaba a la comunidad de las Hijas de San Pablo, abierta hacia algunos años en Praga, capital de la república Checa. Las fotografías mostraban a religiosas en medio de estantería de libros. Leyendo el texto describía el carisma de las hermanas Paulinas, en una fracción de segundos se me cruzó por la cabeza: «Quizás esto podría ser también para mi…».

Seguió un primer intercambio de cartas bastante vacilantes. El consejo de las Hijas de San Pablo de Praga de no precipitarme y continuar tranquilamente con los estudios, me sabía casi a reticencia. Pero lo acogía. La ocasión de visitarlas por primera vez si presentó cerca de un año más tarde. Yo estaba en el primer año de la universidad y aunque era mayor de edad mis padres me dieron permiso para el viaje a Praga de una noche entera en pulman solamente si era acompañada de mi mamá. Ella justificaba su participación en la aventura con el deseo de revivir los recuerdos de la ciudad en la que ella misma había estudiado. Acepté el compromiso para resolver este asunto que no me dejaba en paz.

Prima professione, luglio 2006

Era una visita relámpago: una noche de viaje, una jornada con las religiosas y una noche de regreso. En Praga nos acogieron Hna. Rosanna y Hna. Isi. Su conocimiento del idioma checo era entonces a nivel de principiantes. ¡Mi conocimiento del italiano era igual a cero! La presencia de mi mama resultó providencial. Gracias a su profesión de logopeda lograba mantener la conversación en la mesa a pesar de los enredos lingüísticos. Pero no fue solo la diversidad de los idiomas que hizo cojear mi conversación con las hermanas. ¡Estaba literalmente asombrada! Estas dos hermanas extranjeras no encajaban en ninguno de mis esquemas de la vida religiosa. En su apariencia no había nada de fascinante. Un departamento muy común en el centro de la ciudad y una modesta librería en preparación no se presentaban absolutamente como una obra apostólica fascinante. Sin embargo, esa sensación de asfixia que conocía de mis experiencias precedentes en los diversos conventos, no se presentó.

El restablecimiento de la serenidad mental, después del trauma inicial y luego dos noches enteras transcurridas en pulman, no fue de inmediato. Sin embargo, después de algunos meses regresé a Praga para pasar en la comunidad cerca de una semana. Diversos aspectos de su vida me parecían insólitos, sin embargo, dentro de mí se hacía viva una vocecita débil y titubeante: «Aquí podría sentirme en casa… Aquí podría donar mi vida a Dios». En los años sucesivos regresé todavía más veces para pasar algunos días de mis vacaciones semestrales. Finalmente, en otoño después de la graduación, llegué a Praga para quedarme.

Anna Matikova, fsp


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