Mi vocación inicia con la lectura de un pasaje del Evangelio y precisamente el de la llamada de los primeros discípulos (Jn 1,35-39). Es un pasaje al que vuelvo a menudo, especialmente cuando debo tomar decisiones importantes como aceptar obediencias difíciles, cambiar mi estilo de vida, etc. En días pasados una vez más he hecho “memoria” de este pasaje, pero por un motivo especial, para agradecer al Señor.
Jesús pide a los discípulos que lo seguían: «¿Qué buscan?». Los dos estaban sorprendidos y probablemente no sabían lo que estaban buscando entonces preguntan a Jesús, «¿Dónde vives?» y Jesús les dice, «Vengan y vean».
De jovencita, como los dos discípulos del Evangelio, también yo estaba preocupada de saber, de descubrir cuál era la voluntad de Dios, el camino que él había preparado para mí para ser feliz. Estaba consciente que si tomaba la decisión correcta realizaría mis deseos y encontraría la alegría.
Cuando después Jesús me pide, «¿Qué buscas?», no estaba segura de qué cosa quería… Tenía 19 años y ya había planificado formar una familia, pero ¿cómo me podría resistía al pedido del Señor? Él me ha esperado con paciencia y el momento de mi sí, ha sido un descubrimiento de profunda libertad y paz.
A partir de ese día comenzó mi aventura con el Señor entre las Hijas de San Pablo. Estaba todavía en formación y de juniora participaba en los cursos académicos de Brescia, cuando me pidieron que partiera a misión: África. La primera etapa fue Uganda donde hice también mi Profesión Perpetua, luego fue Kenia, y después Nigeria, nuevamente Kenia y luego, última etapa, Nigeria y Ghana.
He vivido bastante para poder decir que la verdadera paz la tenemos solo cuando nos abandonamos al Señor y creemos que es Él quien guía nuestra vida. He aquí qué cosa es para mí hoy ser consagrada, dejarme amar por el Señor y seguirlo dónde y cómo Él quiere para decir a todos los que encuentro que Cristo murió y Resucitó por nosotros, para darnos la vida. Quisiera gritar a todos que solo el Señor nos hace vivir con alegría, libertad y paz.
Hoy después de casi 50 años de profesión religiosa, 46 de ellos en África, agradezco al Señor con todo el corazón por el don y la gracia de la llamada a la vida consagrada y misionera paulina.
En todo este tiempo he tenido momentos hermosos y momentos de dificultad en que he experimentado la presencia fiel y amorosa de Dios. Sí, he tenido también momentos verdaderamente difíciles en que he experimentado el miedo, el fracaso, el pecado, en que me he sentido incapaz, insatisfecha, sola, incomprendida. En aquellos momentos la invitación de Jesús «Ven y verás» volvía en la oración para sentir la presencia de Dios, de su amor y fidelidad que me daban coraje y fuerza para continuar.
Con las hermanas, con quienes he compartido mi vida en comunidad hasta este momento, su ser como son, me ha ayudado a crecer en libertad y en el amor a Dios y a las personas. Su fidelidad a Dios y el amor por el apostolado me han ayudado mucho. Por ello estoy agradecida de la Congregación, a mis formadoras, a mis superioras y a todas las personas que me han acompañado hasta ahora.
Hoy doy gracias al Señor por haberme llamado a gastar 46 años de mi vida en África a su servicio, por todo el bien que he recibido de las personas con las que he estado en contacto, por lo que me han enseñado y por el bien que he logrado hacer en comunión con mis hermanas.
Mariuccia Pezzini, fsp