Cuando era niña frecuentaba la Iglesia protestante. Sólo algunos años atrás supe que mi familia era descendiente de mártires. Dos fueron los primeros católicos de mi familia y ellos fueron martirizados en 1801. El nombre de bautismo de uno de los mártires era Josafat. Él escribió un libro de catecismo, Paraíso e infierno, pero su martirio, ocurrió cuando tenía 26 años y por eso no fue posible imprimirlo. Su primo Baeksoon también fue martirizado y recibió el Bautismo de sangre. Posteriormente, en mi familia, ninguno continuó en la fe católica, hasta que una de mis bisabuelas se convirtió al catolicismo.
Cuando tenía 15 años, mi madre me invitó a mí ya mi hermano menor para ir con ella a la Iglesia Católica. Nadie podía imaginar que yo me convertiría en religiosa y mi hermano en sacerdote religioso. Entre seis hermanos, yo soy la quinta y mi hermano el sexto. Nosotros dos, con nuestra madre, hemos estudiado el catecismo con tanta pasión, saboreando profundamente la enseñanza del Evangelio y, durante la Vigilia Pascual, juntos fuimos bautizados como hijos de Dios. Recuerdo vivamente ese día en que me sentí como si volara al cielo, purificada de los pecados y de pensamientos vanos. Todavía le agradezco al Señor por el bautismo, que fue el mayor regalo recibido en mi vida.
Yo no era una persona optimista. Era pensativa, preocupada por el mal del mundo. Mirando el dolor de los inocentes y la injusticia, no vivía con alegría en el corazón. No entendía por qué el Señor permitía tanto sufrimiento. Pero, preparándome para el Bautismo, percibí la misericordia de Dios y sentí que el Bautismo era un nuevo nacimiento. En mi corazón parecía cambiar todo y me volvía más confiada.
Apenas me convertí en católica, sentí una fuerte atracción por la vida religiosa. Puedo decir que mi vocación nació con el Bautismo. Nuestros párrocos, que eran misioneros de París, y las religiosas de la parroquia, influyeron en mi vocación con su comportamiento de santidad. En mi parroquia todos los días había catecismo para los niños. Por la tarde, después de la escuela iba a la parroquia como catequista. Comencé a tocar el órgano para acompañar los cantos de la misa. Mi párroco, que era músico, me compró un libro de música y me animó a practicar.
Después de la escuela, iba a buscar el libro de música del párroco. Un día lo encontré junto a una postulante de las Hijas de San Pablo, que estaba de vacaciones en su casa. El párroco le dijo «He aquí, esta hija quiere ir al convento».
Mediante correspondencia continué relacionándome con esta postulante y he conocido mejor a las Paulinas. A menudo visitaba su casa en Seúl y pasaba un tiempo con las aspirantes. Estudié y trabajé en encuadernación. Incluso me pidieron que contestara el teléfono en la central telefónica. Me gustaba mucho el ambiente alegre y sencillo. Participaba junto con las aspirantes en su escuela formativa. Todavía recuerdo una lección sobre la espiritualidad cristiana. El profesor nos preguntó « ¿Qué significa vivir en gracia?». Una hermana respondió que es la Santísima Trinidad viviendo en nosotras. Estas palabras me impresionaron profundamente y resonaron a menudo en mi corazón.
Cuando regresaba a casa después de vivir unos días con los aspirantes, leía muchos libros, especialmente sobre las vidas de los santos. Cada día hacía una hora de adoración eucarística, me confesaba cada dos semanas. El párroco me guió de manera particular hacia la vida religiosa.
Ahora me gustaría mencionar a dos hermanas que han tenido una gran influencia en mi vida paulina. Mi maestra de noviciado, Hna. Eulalia D’Ettore, y la maestra del Curso de preparación para la profesión perpetua, Hna. Sara Schena. Me querían y han confiado tanto en mí preparándome para la tarea de maestra de las novicias coreanas. Les estoy muy agradecida por todo lo que me han comunicado. Siendo joven, ser maestra me hacía sentir temerosa e inadecuada, pero la Hna. Maria Cevolani, que era la Superiora General, me dijo que el defecto de la juventud se eliminaría sin esfuerzo.
¡Agradezco y vivo mi vocación paulina como un regalo grande y sublime! Habiendo asumido el nombre del misionero Francesco Saverio y estudiado misiología, sentí una invitación a ser misionera. Dios también escuchó este deseo mío. Desde Corea me llamaron a Italia y ahora trabajo en los archivos de la Casa General que recopila la historia de la Congregación. Por todo alabo al Señor.
Saveria Kim, fsp