Queridas hermanas y jóvenes en formación:
Tampoco este año escaparé al encanto de aquella Noche Santa, cuando el cielo se abrió sobre los pastores que vigilaban su rebaño. Este año, sin embargo, quizás por todo lo que está sucediendo, me llama la atención, en la narración de Lucas (2,1-20), el contraste entre la luz que irrumpe en la oscuridad y el gran temor que asalta a los pastores. Generalmente, es la oscuridad que infunde miedo…
Y hay otra contradicción en este relato: tanta luz, la aparición de ángeles, fiesta en el cielo, un canto de alabanza: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que ama»… Luego, sin embargo, la indicación de un signo sencillo, humilde, desarmante: «un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre».
Los pastores van a Belén, ven y creen, a pesar de todo, a pesar de que era inimaginable que el Mesías anunciado– el «Salvador, que es Cristo el Señor» – se vistiera con pañales y se acostara sobre paja áspera, en un pesebre, como uno de sus pequeños. Pero sólo entonces el miedo deja paso a la alegría, y surge la necesidad de contar el prodigio que han presenciado: el Todopoderoso se ha hecho niño, se ha revestido de la mayor debilidad; y tiene necesidad de todo, de cuidados maternales, de las manos de quien lo acoge. Su mirada desde abajo y su tierna mansedumbre cambian la visión del mundo, la idea de sociedades construidas sobre la arbitrariedad de unos pocos, sobre el terror, sobre la violencia…
Por eso Él – expuesto sobre paja, indefenso, dependiente – es el “Príncipe de la Paz”.
Por eso «nadie puede tomar en su nombre armas que maten al hombre» (C. de Chergé).
Por eso, en la Noche Santa haremos resonar, en nuestras vidas y en las de nuestras comunidades, el anuncio del ángel a los pastores: «Paz en la tierra», invocando concordia y consuelo para la humanidad probada por guerras y crisis de todo tipo, implorando el nacimiento de Dios en el corazón del mundo que lo necesita:
Te necesitamos a ti, sólo a ti, y a nadie más. Sólo tú puedes sentir cuán grande, inconmensurablemente grande, es la necesidad de ti, en este mundo, en esta hora del mundo. El que busca la belleza del mundo te busca, sin darse cuenta, a ti, que eres la belleza entera y perfecta; el que persigue la verdad en sus pensamientos, te desea, sin querer, a ti, que eres la única verdad que vale la pena conocer; y el que trabaja por la paz, te busca a ti, la única paz, donde pueden descansar los corazones más inquietos (G. Papini).
Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo, queridas todas, también en nombre de las hermanas del Gobierno General. Mis mejores deseos a sus familias, colaboradores, amigos, bienhechores, hermanos y hermanas que forman nuestra maravillosa Familia Paulina. Gracias por su vida y por la pasión con la que anuncian cada día el Evangelio.
Con gran afecto, en comunión de alegría y de esperanza.
Hna. Anna Caiazza
superiora general