A ti, Señor, nos dirigimos con confianza.
Hijo de Dios,
enviado por el Padre a los hombres
de todos los tiempos y de todas las partes de la tierra,
te invocamos por medio de María,
Madre tuya y Madre nuestra:
haz que en la Iglesia no falten las vocaciones,
sobre todo las de especial dedicación a tu Reino.
Jesús, único Salvador del hombre,
te rogamos por nuestros hermanos y hermanas
que han respondido «sí» a tu llamada al sacerdocio,
a la vida consagrada y a la misión.
Haz que su existencia se renueve de día en día,
y se conviertan en Evangelio vivo.
Señor misericordioso y santo,
sigue enviando nuevos obreros
a la mies de tu Reino.
Ayuda a aquellos que llamas
a seguirte en nuestro tiempo:
haz que, contemplando tu rostro,
respondan con alegría a la estupenda misión
que les confías para el bien de tu pueblo
y de todos los hombres.
Tú, que eres Dios, y vives y reinas
con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amen.
(Juan Pablo II)