Queridas hermanas y jóvenes en formación,
« ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!»: es el grito gozoso que la Secuencia pascual pone en los labios de María Magdalena. Desde el sepulcro vacío de la mañana de Pascua llega hoy, hasta nosotras, la invitación a no temer porque «Muerte y Vida se han enfrentado en un prodigioso duelo». Y la Vida ha vencido, ha triunfado para siempre.
Cuando estemos tentadas de detenernos en la lápida de nuestros miedos; cuando lo que está sucediendo – incluso esta terrible pandemia que afecta a cercanos y a lejanos – nos haga pensar que los días de la pasión no han terminado, recordemos que a nosotras, apóstoles del Resucitado, se nos ha confiado la tarea de comunicar con cada medio y lenguaje la Bella Noticia que, el amanecer está llegando, que los signos de muerte dan lugar a los signos de vida, que el futuro está lleno de esperanza. Que la esperanza que surge de la tumba vacía y que nos invita a mirar los gemidos de la creación como dolores de parto (cf. Rm 8,22), está generando un mundo nuevo, una humanidad mejor que no se pierde en cosas triviales, que piensa no solo en lo que falta, sino en el bien que es posible hacer[1], consciente finalmente de la necesidad que tenemos uno de los otros.
El Señor nos conceda vivir como resucitadas para ser «un rayo de luz que brilla en las tinieblas. Un rayo de luz, luz que nace del Tabernáculo. Un rayo de luz del Evangelio»[2] (P. Alberione), y así sembrar signos de resurrección.
Queridas, junto a las hermanas del gobierno general, deseo una «Pascua luminosa» para cada una, plena de alegría y esperanza. Extiendan nuestro saludo a sus familias, a los colaboradores y colaboradoras, a los miembros de la Familia Paulina.
Con profundo afecto.
Hna. Anna Caiazza
y Hermanas del gobierno general
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[1] Cf. Papa Francisco, Homilía Misa Domingo de Ramos, 2020.
[2] Considerate la vostra vocazione [CVV] 235.