Para ellos Dios lo es todo

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Tenía unos ocho años, era una calurosa tarde de verano y estaba de vacaciones junto al mar con mi abuela en Pinarella (Rávena); juntas fuimos a visitar la iglesia parroquial, donde estaba pintada una espléndida imagen de Cristo, de casi seis metros de altura, con el rostro sonriente y los brazos abiertos, que me fascinó y parecía decir: Ven a mí con confianza. Junto a la Iglesia había un stand grande de las Hijas de San Pablo, donde compramos un libro y una de las hermanas me sonrió, de una manera que me impacto, transmitiéndome alegría y serenidad. De camino a casa le pregunté a mi abuela: «¿Por qué las religiosas son tan felices?» y ella, mujer de fe, respondió: «Porque para ellas Dios es todo». Esa frase me entusiasmó y de inmediato le dije: « ¡Entonces cuando yo sea grande quiero ser religiosa! » Ella se asustó un poco y respondió: « ¡Pero para ser religiosa se necesita vocación! ». Esa palabra, “vocación”, tan misteriosa, me intrigó, pero después de un tiempo, olvidé ese episodio. Solo me vino a la memoria muchos años después, cuando yo era postulante y dos Paulinas de la comunidad de Milán, una de las cuales era mi maestra, me dijeron que habían estado en ese stand de verano más o menos en los mismos años de mis vacaciones. ¡Había encontrado su sonrisa otra vez!

Cuando llegué a la adolescencia, me gustaba mucho leer libros, tanto de aventuras como novelas y textos de espiritualidad y entre estos dos que se convirtieron en mis compañeros de viaje, Historia de un alma de Teresa de Lisieux y El Castillo interior de Teresa de Ávila. De hecho, me había quedado en el corazón, esa fascinación y atracción por Dios que había sentido frente a la imagen de Cristo y que parecía crecer conmigo, no solo cuando estaba en la iglesia, sino también cuando andaba en bicicleta por los caminos rurales de mi pequeño pueblo. La belleza de la naturaleza me comunicó una Presencia que me amaba, me envolvía, me quería para Sí. Un día sentí más intensamente su invitación a hacer de Él mi “todo” y experimenté cómo me llenaba de alegría y de temor decirle que sí. ¿Era esto el significado de la misteriosa palabra “vocación”? ¿Y adónde me llevaría? La respuesta llegó una mañana de primavera cuando, en la Catedral de mi ciudad, Mantua, dos hermanas Paulinas se me acercaron para invitarme a participar en un campamento escuela y comprendí que era la señal que estaba esperando. Durante ese campamento y en los siguientes, así como en los retiros comunitarios, a los que comencé a asistir, junto con algunos amigos de mi parroquia, descubrí la belleza de la misión paulina, la figura de don Alberione, los diversos componentes de la Familia Paulina, el estilo de vida… y me sentí “en casa”.

Me apasionaba la forma como las Paulinas animaban la oración, las celebraciones, a través de cantos modernos y lenguajes audiovisuales, y la catequesis, centrada en la Palabra de Dios y la lectura de fe de la historia contemporánea. Quería poder compartir esta experiencia de vitalidad también en mi parroquia, donde el glorioso coro polifónico de antaño se había disuelto, los cine foros terminados, los cantos eran siempre los mismos, la liturgia un poco aburrida y rutinaria y tristemente los bancos vacíos donde en una época había gente joven. Pero cómo convencer a mi anciano y desanimado párroco, de buen corazón, pero de aspecto muy severo, que se pasaba horas tocando solo el órgano, para que nos dejara llevar la guitarra a la iglesia, cambiar radicalmente el repertorio, introducir nuevos lenguajes y experiencias…? Sin embargo, una vez armada de valor hecha la propuesta, él accedió a dejarnos probar y la reacción de la gente fue tan positiva que nos llenó de asombro. Domingo tras domingo nuestra comunidad ha pasado del aburrimiento a la alegría, ha vuelto a florecer, como los campos cuando pasan de la niebla invernal al sol de marzo.

Es la misma maravilla, la misma emoción del asombro ante el milagro de un renacimiento interior, personal o colectivo, que he experimentado tantas veces en mi vida de Hija de San Pablo, durante las misiones bíblicas, los centros de escucha de la Palabra, los cine foros y disco foros, las jornadas del Evangelio, en el contacto “itinerante” con la gente, con los catequistas y con los jóvenes, con su redescubrimiento de la fe, con el paso de una religiosidad vivida por tradición o por costumbre a un encuentro personal y comprometido con Cristo Camino, Verdad y Vida.

Es la misma emoción, o quizás con los años un poco menos chispeante y más íntima y profunda, de vivir las sorpresas dela Providencia. Como la de encontrarme, ahora profesa, haciendo una exposición del libro en Pinarella y de encontrar de nuevo al cura que entonces estaba allí, y decirle que la religiosa que tenía delante de él, cuando niña estaba encantada ante el cuadro en su iglesia. O como la de organizar a mi vez campamentos escolares y encuentros vocacionales, cruzando el camino de otros compañeros de fe y de apostolado, en el momento delicado y decisivo de sus opciones de vida.

Pero aún más grande es la pasión por la comunicación. Pasando de un servicio a otro, del gobierno provincial a la edición multimedia, de la animación de la Semana de la Comunicación a la Asociación Paulina de Comunicación y Cultura, al apostolado digital, he sentido la convicción que el carisma paulino es un tesoro que hay que compartir, porque contiene tantos elementos preciosos y fecundos precisamente para la Iglesia de hoy, para la sociedad de hoy. El horizonte hoy más que nunca se ha hecho más amplio, en esta nueva etapa del camino, que me ha llevado a conocer y estar al servicio de las hermanas en todo el mundo.

Bruna Fregni, fsp


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