Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro
de la humanidad en camino por las sendas del tiempo.
Tú, Palabra viviente del Padre,
infundes confianza y esperanza a cuantos buscan
el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre
hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.
Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre,
y enséñanos palabras y gestos de paz:
paz para la tierra consagrada por tu sangre
y empapada con la sangre
de tantas víctimas inocentes;
paz para los Países del Medio Oriente y África,
donde también se sigue derramando mucha sangre;
paz para toda la humanidad,
sobre la cual se cierne siempre
el peligro de guerras fratricidas.
Quédate con nosotros, Pan de vida eterna,
partido y distribuido a los comensales:
danos también a nosotros
la fuerza de una solidaridad generosa
con las multitudes que, aun hoy,
sufren y mueren de miseria y de hambre,
diezmadas por epidemias mortíferas
o arruinadas por enormes catástrofes naturales.
Por la fuerza de tu Resurrección,
que ellas participen igualmente de una vida nueva.
También nosotros, hombres y mujeres
del tercer milenio,
tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado.
Quédate con nosotros ahora
y hasta al fin de los tiempos.
Haz que el progreso material de los pueblos
nunca oscurezca los valores espirituales
que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos,
porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Aleluya!
Juan Pablo II