…Se puso a escribir
Entonces los escribas y fariseos le llevaron una mujer sorprendida en adulterio, la pusieron en medio y le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Ahora bien Moisés, en la Ley, nos mandó apedrear a mujeres como esta. ¿Tú qué dices?». Lo decían para ponerlo a prueba y tener motivo para acusarlo. Pero Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo. Sin embargo, como insistían en interrogarlo, se levantó y les dijo: «Quien de ustedes esté sin pecado, que tire primero la piedra contra ella». E, inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oir esto, se marcharon uno por uno, comenzando primero por los más ancianos. Lo dejaron solo, y la mujer estaba ahí en medio. Entonces Jesús se levantó y le dijo: « Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?». Y ella respondió: «Ninguno, Señor». (Jn 8,3-11)
Manos que aferran
para matar, dedos que trituran para herir, la incitación al desdeño y al juicio. Y luego Jesús escribe con el dedo en el suelo sobre la tierra, que no levanta la mano para golpear, que se inclina hacia el suelo sin herir con una mirada indignada. Entre ellos, en medio, la mujer. Una mujer culpable según la Ley, oprimida en su vergüenza, resignada a morir de muerte infame. Pero Jesús abre un nuevo camino de misericordia y de verdad. «No te condeno», «no peques más»: es la misericordia de Dios que dona a la mujer el poder de no pecar. El amor te cambia, no la ley.
Bendito seas Jesús,
tú que distingues
el pecador del pecado,
el error del errante.
Bendito seas, porque tu dedo
Nunca se ha dirigido contra mí.
Bendito seas, Jesús,
rico de misericordia y de verdad.
Amén.
Tomado del libro El Evangelio se hace camino de Roberta Vinerba, Paulinas