Ver lo invisible
Continuamos nuestro camino de Adviento, entrando más allá de esta aparente paradójica de la vida espiritual: tener éxito en “ver lo invisible”. El segundo domingo de Adviento, nos sugiere un elemento fundamental, para ayudarnos a percibir con los sentidos físicos, lo que no se puede ver, casi podríamos definirlo “El Domingo de la voz”. De hecho, en este término, encontramos muchas características en la forma en que Dios se relaciona con el hombre y descubrir cómo podemos acercarnos a Él.
Dios si ha manifestado a Elías, como «voz de un silencio sutil» y ha continuado en la historia a hacerse visible a través de la voz de hombres y mujeres, que tuvieron el valor de hablar de Él y testimoniarlo. Así, el Señor entra en la vida del hombre y lo invisible se hace visible, de modo que el hombre, viendo, pueda comprender lo que no se puede ver.
Precisamente, de este movimiento podemos conocer el camino a recorrer, hecho de una voz silenciosa y sutil, abriendo nuestros ojos para ver la realidad y los signos, a veces imperceptibles y delicados, de un Dios que, como diría San Ignacio, entra en nuestra vida «como la gota de agua penetra en una esponja».
También Jesús, que es la Palabra, nos recuerda que quien lo ha visto a Él, ha visto al Padre. Pero, las palabras tienen necesidad de la “voz”, para ser anunciadas, para no que no quede como un simple pensamiento. Como sucedió a Juan Bautista, también nuestra voz está destinada a desaparecer, a disolverse, como un simple medio a través del cual la Palabra se ha podido encarnar, de manera que solo quede la Palabra, que «Él crezca y yo disminuya ». Debemos ser testimonio de las cosas en las que creemos, de nuestra vida interior. En la vida cotidiana esto significa “simplemente” coherencia, no podemos ser cristianos, solo cuando entramos en una iglesia, sino en cada lugar y en cada momento de la jornada, así cualquiera que nos encuentre verá a Dios.
Oración
Espíritu Santo, que has hablado a través de los profetas,
dónanos ojos capaces de verte,
oídos capaces de escucharte,
narices capaces de sentir tu perfume,
manos capaces de abrirse a nuestro prójimo
y el gusto de ser voz para tus palabras.