Cada hombre verá la salvación de Dios
Luca 3, 1-6
La palabra de Dios habita el desierto y hombres silenciosos.
«Dios es soberanamente indiferente a lo que el hombre constuye, pero por amor al hombre envía su palabra a los hombres no contaminados por la civilización, y su palabra los convierte en gestores del porvenir» (Giovanni Vannucci).
«El sabio cuanto menos trabaja más crea», dice la tradición del Tao.
La encarnación acontecerá en el vientre de una mujer que no trabaja, no-conoce-hombre. La virginidad fecunda es precisamente el misterio de un vacío habitado, la disponibilidad de ser visitado en la inacción.
El desierto – al que se refiere el texto de Lucas – es un no-lugar, experiencia existencial, en que todo es reducido al silencio, y por lo tanto a una posibilidad de escucha. Y aquí el Bautista bautiza, es decir, invita a la consciencia de sí. Pide el coraje de descender (simbolizado con la inmersión en el agua) en el propio mundo interior, con el fin de ascender a la vida plena, a la posibilidad de vivir un principio de renacimiento (emersión del agua). Solo quien conoce su proprio mundo interior podrá conocer a Dios y al mundo fuera de sí mismo. «Conócete a ti mismo, y te conocerás a ti mismo y a Dios» rezaba la inscripción en el templo de Apolo en Delfos.
Y será solo en este proceso de muerte-renacimiento, que se experimentará el perdón de los pecados. Si se realiza el gran viaje interior, si frecuentamos el desierto en nosotros mismos – porque ha caído ahora todo punto de apoyo, hecho de imágenes, deseos, ilusiones, en el que esperábamos la salvación – entonces llegaremos al contacto con el Dios en nosotros, haciendo así experiencia de aquel Amor capaz de destruir el pecado, la propia derrota existencial.
Será este el momento en que «todo hombre verá la salvación de Dios».
Es muy hermoso que ahora estemos invitados a ver la salvación, y ya no a deber hacerla. Estamos salvados, no debemos salvarnos.
Tomada de las Homilías del sacerdote Paolo Scquizzato