El Bautista, el más grande de los profetas, duda. Duda y pregunta: « ¿Eres tú el que debe venir?». Juan el Bautista es hombre del Antiguo Testamento, formado en esa escuela en la que Dios es también Dios de los muertos y no solo de los vivos, en el sentido que puede dar también la muerte, quemando a los malos y premiando a los buenos.
El Dios de Juan profeta ya tiene el hacha en mano, puesta en la raíz de aquellos árboles que no dan frutos, para luego echarlos en el fuego inextinguible.
Ahora, ante Jesús, el presunto Mesías tan esperado, aquel que debería ser la representación viva del Dios mismo, legítimo es que el Bautista entre en crisis, preguntando: ¿pero eres, precisamente tú?
Es posible que tu Dios sea solo aquel de los vivos y no de los muertos. ¿Es posible que no desintegre a los malvados, sino que los bendiga con el sol y la lluvia? Es posible que no muestre más su omnipotencia con diez acciones infernales, sino más bien con diez sanaciones extraordinarias, en su mayoría a favor de personas poco probables? ¡¿Pero qué Dios es el tuyo?!
Sí, Jesús de Nazaret hace presente a un Dios totalmente otro, que usa misericordia con los pobres, perdona a los imperdonables, ama a quien no se lo merece y, sobretodo, no hace una tala rasa a quien le resulta difícil dar fruto: espera pacientemente todavía un año y un año más, cuidándolo cada día, con la típica esperanza de los amantes.
Tomado del libro Ogni storia è storia sacra de Paolo Scquizzato, Paulinas 2019
El espíritu del Señor está sobre mí,
me ha mandado a llevar la buena noticia a los pobres.