Del 12 al 24 de julio, se está desarrollando en la Casa San Pablo, en Roma, el Encuentro Internacional de formación, en el que participan más de cuarenta hermanas, provenientes de las circunscripciones del mundo paulino.
Juntas, viviremos días empeñativos, ricos de iluminaciones, discernimiento y oración, sintiéndonos muy cerca de nuestras jóvenes que son el bien más precioso de la congregación.
El encuentro está dirigido especialmente a las hermanas encargadas de la formación de las junioras y de las jóvenes profesas perpetuas. De hecho, nos interrogan las dificultades que viven algunas jóvenes, justamente en el tiempo del juniorado y después de los votos perpetuos. ¿Cuáles son las causas de este malestar?
A veces, notamos, un discernimiento vocacional insuficiente o débil, que no ofrece motivaciones válidas para continuar la vida paulina o para superar eventuales dificultades. También hemos constatado que a las jóvenes profesas puede faltar, un sabio acompañamiento que favorezca su madurez vocacional y el crecimiento en la fe.
En nuestra época, no es fácil una elección definitiva: somos víctimas de la cultura de lo provisorio, vivimos en una cultura «líquida» que carece de la solidez de las raíces… En este contexto, ¿cómo garantizar calidad, fidelidad y fecundidad a las HSP de hoy y mañana?
El tema del Encuentro: Hacia la plena madurez en Cristo (cf. Ef 4:13), está en continuidad con el camino iniciado por los Encuentros Internacionales de Formación de los años 2010 y 2012, del Seminario sobre la mística apostólica y el Intercapítulo del 2016.
Para nosotras la meta es, verdaderamente entusiasmante de vivir la vida nueva del bautismo, alcanzar «la medida de la plenitud de Cristo» (Ef 4,12).
He aquí, la finalidad del proceso formativo: manifestar al Cristo que vive en nosotras, que vive dentro: «El proceso de santificación es un proceso de cristificación» (CVV 272). Por lo tanto, no una formación externa, sino una formación que llega al corazón para que “arda” por el Señor, se entregue, se deje “aferrar” y que se confíe; una formación que nos guie para aprender de la historia cotidiana, de lo que anunciamos y celebramos todos los días. Nos recordaba Papa Francisco que «no hay crisis vocacional donde hayan personas consagradas capaces de transmitir, a través de su propio testimonio, la belleza de la consagración».
En este sentido, todas somos formadoras, todas estamos llamadas a dar testimonio que nuestra mayor riqueza es la persona de Cristo, un nombre «de esplendor divino», como afirmaba san Ignacio de Antioquía.
Nos instan las palabras de Papa Francisco:
Qué nadie os robe la alegría de seguir a Jesucristo y la valentía de proponerlo a los demás como el camino, la verdad y la vida. ¡Rompamos nuestros miedos!… Es el momento para que los jóvenes sueñen y los ancianos profeticen. ¡Levantémonos! «Manos a la obra» (Esd 10,4). Los jóvenes nos esperan. ¡Es hora de caminar! (Papa Francisco, 1° diciembre 2017).
Nuestros mejores deseos para que en esta experiencia, vuelva a estallar aquel fuego que el Espíritu ha depositado en nosotras, el día del Bautismo y de la profesión y nos ayude a redescubrir «el primer amor, la chispa inspiradora de la cual ha iniciado nuestro seguimiento» (Comenzando desde Cristo, 21), refuerce nuestra fe en la Promesa para que podamos acoger la invitación a alzarnos y retomar el camino cada día, en la fidelidad y en la alegría.
Estamos seguras de contar con la oración de todas las hermanas de la congregación, en particular, de las que más sufren, cuya vida es, para todas nosotras, esa ofrenda viviente que se eleva, cada día al Padre, como en una solemne liturgia, para la salvación de la ‘humanidad.
Con afecto
sor Anna Maria Parenzan