La vida religiosa es siempre un espejo de los cambios que suceden a nivel social: las comunidades religiosas son micro somas, al interior de los cuales las personas que entran a la vida religiosa llevan todo el bagaje acumulado en la vida precedente, pero también todo el material que reciben de los contactos del mundo externo. De este modo, la comunidad religiosa gestiona todos los estímulos que llegan a su interior a través de sus miembros. En los últimos años una buena parte de este material ha sido mediado por los nuevos instrumentos de comunicación: celulares, internet, correo electrónico, redes sociales.
En la vida religiosa se entra cuando todavía la persona tiene una notable cantidad de trabajo para hacer sobre sí misma a nivel psico-afectivo y espiritual. Por lo tanto es necesario comprobar si los tiempos y los espacios ofrecidos por las interacciones reales son suficientes o si son progresivamente sustituidos por las conexiones virtuales.
Más allá de los riesgos sobre los cuales es necesario vigilar, el problema que plantean los nuevos medios de comunicación, por su rápida difusión y por la inmediatez de su uso, en mi opinión es sobre todo de carácter antropológico y educativo, y se podría sintetizar en la distinción entre un más superficial “estar conectados” y un más profundo “estar en relación”. El riesgo es que lo superficial se convierta en norma y lo más profundo se vuelva inusual. Velar por esta diferencia llega a ser vital para la calidad de las relaciones dentro de la comunidad religiosa y en la vida del religioso/a.
Es inevitable que en la vida religiosa aumente progresivamente lo que en el mundo laico sucede como norma: gran parte de la vida se desarrolla en red. Y precisamente la imagen de la red puede ofrecer un motivo de reflexión más espiritual.
El elemento sobre el cual reflexionar desde un punto de vista espiritual qué es lo que impulsa hacia la red. El deseo de comunicación, que adopta a menudo la forma de una necesidad de amistad, no puede ser comprendido solo a la luz del desarrollo de las nuevas tecnologías. Más bien, expresa una necesidad de relación arraigado en la naturaleza humana.
La comunión solo es posible donde la comunicación está activada. Por tanto, el deseo de conexión no es una forma simplemente moderna de relación, sino la expresión externa de una necesidad más profunda de aquello que es propiamente humano. Sin embargo, es necesario aprovechar este deseo de conexión para ayudar y ayudarnos a descubrir una identidad más profunda y más divina que está presente en nosotros.
La pregunta a la que nos enfrentamos en cuanto religiosos no es simplemente sí usamos y cómo usamos los nuevos medios, sino más bien si nos damos cuenta del tiempo en que vivimos y en el que estamos llamadas a proclamar el Evangelio. La diferencia entre dos modalidades, es decir, la de estar conectados o estar en relación, puede decir algo sobre nosotros mismos, pero dice aún más sobre el espíritu del tiempo en que vivimos.
Debemos preguntarnos si es posible y cómo integrar el uso de las nuevas tecnologías comunicativas al interior de la vida religiosa. Dado que la vida religiosa está llamada a jugar un rol educativo serio, es decir, ser modelo para los demás, es necesario que la persona religiosa se cuestione sobre la incidencia del uso de los nuevos medios de comunicación en su vida consagrada. Las ventajas y las recursos ofrecidos por las nuevas tecnologías son innegables, incluso en lo que respecta a la proclamación del Evangelio. El compromiso del creyente, y en particular del religioso, será el de no disminuir la calidad de su vida relacional, sino salvaguardar la empatía y la responsabilidad como cuidado del otro. En el ámbito de la vida comunitaria, todo esto significa no sustituir la propia comunidad, en la que hay fatigas e incomprensiones inevitables, por una comunidad virtual, en la que sin duda, es seguramente más gratificante estar porque es una comunidad que puede ser desconectada cuando estamos cansados u ocupados en otros cosas. Pero la comunidad virtual, si bien, es un lugar donde podemos proclamar el Evangelio, no es una comunidad que nos haga crecer. La comunidad virtual puede informarnos, pero no puede convertirnos. La conversión pasa a través de la fatiga del encuentro y este es el corazón del Evangelio.
*Síntesis preparada por el SICOM fsp autorizada por el autor