Lo que había fascinado los ojos y el corazón de adolescente, hasta haber decidido entrar en las Hijas de San Pablo a los 14 años, había sido una película que mostraba a las religiosas y niñas trabajando en las máquinas de impresión. Y justamente con estas máquinas, empecé el apostolado paulino, en la gran comunidad de Alba.
Transcurrí con entusiasmo los años de formación, he descubierto que no eran sólo las máquinas de impresión, sino también otras expresiones e instrumentos de apostolado. Me sentí atraída por la propaganda y esperaba con ansia que llegara mi tiempo para tomar vuelo y llevar yo misma la Buena Noticia a las parroquias, casas, escuelas y a todos los ambientes de la vida.
Después de la toma de hábito fui enviada a Venecia y allí tuve la posibilidad de ejercer este maravilloso aspecto de nuestro apostolado. Lamentablemente, después de tres meses, fui llamada a Alba porque la hermana encargada de la imprenta se había enfermado. Me dije: «Paciencia, será para después del noviciado!».
Desilusión, crisis…
El día después de la profesión, mientras saludábamos a Maestra Nazarena, nuestra formadora, que partía para la Cerdeña, Sor Fátima Malloci dijo: «¿Maestra Nazarena, no dice nada a Valeriana?». Ella me miró y respondió: «Tú mañana por la tarde partes a Alba».
La miré sorprendida. Después me escondí detrás de la puerta de las escaleras y lloré amargamente Este sufrimiento por la renuncia a la propaganda lo llevé dentro de mí durante tres años, hasta cuando Maestra Cecilia Calabresi me dijo con decisión: «¡Termínala, este es tu apostolado!».
Otro evento me hizo comprender también que el Señor me quería en el apostolado técnico. Maestra Amalia Peyrolo había venido en visita a Alba y, encontrando a la comunidad comunicó que algunas hermanas irían a misión.
Yo sentí despertar en mí el gran deseo de salir, salir, salir… Me levanté y le dije: «¿Es posible que muchas van a misión y yo debo quedar siempre aquí? Ella me miró con el rostro serio y reafirmó: «Tú quedarás aquí hasta los setenta años».
Desilusionada, me dije a mí misma: “¡Basta! No pedir más. Queda callada para siempre”.
Después de algún tiempo, llegó a Alba la Primera Maestra Tecla. Cuando ella estaba tomando la valija para irse, corrí a la puerta y le pregunté: «Primera Maestra, ¿cuándo iré a misión?». Maestra Tecla me dirigió una sonrisa maternal mientras me decía: «Ahora haz bien tu deber, después llegará tu tiempo».
Una vez más quedé decepcionada. Sin embargo, cuatro años después de su muerte, finalmente se realizó mi sueño misionero y partí a Congo con un corazón lleno de entusiasmo y deseos de llevar el Evangelio a todos.
Habiendo estado muchos años en Alba, tuve la gracia de ver varias veces a la Primera Maestra Tecla y hablar con ella. Su sonrisa, su sencillez y todo su ser irradiaba amor y confianza.
Gracias Primera Maestra por el bien que nos has querido y nos quieres. Te siento siempre cerca.
Valeriana Poletto, fsp